21 noviembre, 2024

Y los dos pesos de Don Braulio

Por Darío José Muñoz Adarraga

Diciembre 31, solo sé que fue en la década de los 70, época en la que los muchachos esperábamos ansiosos esa fecha, porque era el día en que los adultos nos permitían consumir algo de licor, algunos, los más grandecitos lo hacían con alcohol de verdad, los pequeños hacían preparaciones azucaradas, que envasaban en botellas de ron vacías e imitaban a los mayores en la forma de consumirlo y lo bueno era que en la noche los observamos que se balanceaban de un lado para otro y muchas veces no se sabía, si de verdad estaban borrachos o no, porque algunos a escondidas se tomaban sus tragos de ron..

En esa época, me acuerdo de que si hubiese habido un torneo del niño que hiciera más mandados, de seguro, yo hubiese estado en el pódium, ya sea a familiares o particulares, eso sí con el valor inculcado por mis padres, que nunca recibiera dinero a cambio de los mandados, dentro de esas personas; recuerdo a la señora Manuela, mi vecina de enfrente, una mujer de unos 75 años aproximadamente, de una larga cabellera blanca, pero todavía conservaba, unas hebras de pelo negro, que pareciera que se hubiese hecho los famosos rayitos, en esa época eso no se veía, se hacía dos grandes trenzas y se las echaba para adelante que le resplandecía su belleza, pues se notaba que en su juventud debió ser una dama muy hermosa, tenía una verruga en la frente que parecía que le adornaba su rostro, dicen que enviudó muy joven, que jamás le conocieron más marido, fumadora empedernida de calillas, en ese tiempo existían los llamados tabacos que era casi exclusivo de los varones y las calillas que eran más delgadas para las mujeres, su marca favorita “Picasso”, lo sé porque yo era quien le hacía los mandados, me tenía una gran confianza y eso se volvió rutinario y además de las calillas, me encargaba, cuatro bolas de chicles y dos “kukas”, esas galletas de color oscuro, a las que les echaban un poco de almidón encima, bueno como sabía que yo no le recibía dinero, me regalaba dos bolas de chicle y una galleta.

Ese día, después que le hice el mandado, además de los obsequios de siempre, me regaló una botella de vino, que siempre conservaba, las cuales se las llevaba a su hijo Braulio, quien era pensionado del terminal marítimo, ese señor siempre llegaba tarde en las noches y nunca lo vi muy bien, me cuentan que, que para fechas especiales, se vestía completamente de blanco y también cumplía años ese día y siempre los festejaba como si ese fuese su último día.
Llegó la noche y ya se sentía el ambiente festivo, que genera el último día del año, ese día me estrené mi primer pantalón largo, cogí la botella de vino y me trasladé con mi hermano Ángel, para donde mi abuela Pencia y allí nos reunimos con los dos primos de nombre Alexander a los cuales diferenciábamos a uno con el remoquete del “Pintor”, por su inclinación desde muy pequeño a las artes plásticas, uno de los dos, trajo hielo y unos vasitos y comenzamos a consumir la botella de vino y a mi imitar, una gran parranda, con música y baile incluido, no sé cómo convencimos a las hermanas Ana y María y su prima Nelly, nos acompañaran un rato y ya en medio de la presunta borrachera no les declaramos, yo a Ana y Alexander el pintor a María, recibiendo de ellas insultos y groserías, la verdad no se me olvidan esas palabras -ja ja ja-

“Somos nosotras unas niñas muy lindas para fijarnos en unos pelaos tan malucos”, cuando en esos momentos se formó un corre, corre, todos a la casa de la señora Manuela, las niñas que eran nietas de ella salieron a toda velocidad, cuando se escuchó, fue a Braulito que le dio algo, la verdad en medio de los pitos del feliz año y los abrazos, como todo niño curioso intenté en medio de la multitud, observar lo que estaba pasando, cuando en esos momentos Nolberto, el enfermero del barrio, el que a todos nos aplicaba las inyecciones y les tomaba los puntos de sutura, gritaba en voz alta, por favor denle aire, aléjense por favor, al tiempo que intentaba tomarle el pulso, alcancé en medio de la multitud observar la figura de un hombre moreno, robusto, sin camisa, pues le habían quitado el saco, la camisa y la camisilla, para mayor ventilación y una cadena de oro, con un crucifijo, que por el desespero de quitarle la ropa de arriba le colgaba en la espalda, alguien grito, saquen a los niños, la verdad ya yo estaba sentado en la puerta de la casa, cuando Nolberto, con toda la experiencia que lo caracterizaba exclamo: ¡Está muerto!.

Al día siguiente como a todo niño se le olvidan las cosas inicié mi rutina diaria; en la casa, en esa época, mi papá, tenía de 4 a 5 vacas, las ordeñaba, yo le ayudaba y de paso me tomaba un jarro de leche, al pie de la vaca, después tenía que llevarle, en la calle “La Independencia” a “hermana” un litro de leche; cuando venía de regreso ya llegando a las esquina de los “Musa”, me devolví un poco y me dirigí, hacia el teatro Atlántico a observar qué películas iban a dar el día de hoy, por ser festivo siempre la programación era mejor y precisamente estaban anunciando en vespertina a Santo contra Capulina, los dos personajes favoritos de nosotros, me refiero a mi hermano y mis dos primos, que además de primos éramos amigos inseparables.

Estando agarrado en los barrotes de las rejas del teatro, sentí que me tocaron el hombro, un señor moreno, vestido completamente de blanco y con una boina blanca, esas que tienen en la parte de adelante un broche que se abre y se cierra, con una botella de licor en las manos y una sonrisa en sus labios, me pregunto: ¿niño, dónde queda el cementerio, sin ninguna malicia le indique el camino, llegué hasta la esquina, allí hay una tienda llamada la “varita de caña”, cruce a la izquierda y ahí de frente se encuentra con él…; me dijo: muchas gracias, eres un niño muy educado e intentó darme dos monedas de a peso e inmediatamente le respondí, no señor disculpe, pero no puedo recibir dinero y de un extraño menos, me dijo te felicito y al momento de marcharse me metió las dos monedas en el bolsillo y -me dijo: recíbelas para que entres a cine, la verdad todo fue tan rápido que no me dio tiempo a devolvérselas.

El día transcurrió con mucho movimiento, uno como niño se dedica a jugar, los adultos estaban entre movimientos de desenguayabe y otros preparándose para el funeral de don Braulio, la señora Manuela ese día no me solicitó, es más, duró toda la semana sin consumir sus calillas, tan seguro estaba porque únicamente, yo era el que se las compraba. En la noche nos fuimos para cine, disfrutamos de la película y de algunos dulces, pues la entrada costaba un peso con cincuenta centavos y de los dos pesos, me quedaron cincuenta centavos, mis primos y mi hermano quedaron con la duda, que dónde había conseguido plata y dije una mentira piadosa, que me los había encontrado.

Llegaron los ocho días del velorio y ese día bien tempano, me mandó a llamar y pensé que era para lo de siempre, pero no, era para que la acompañara a la misa, en horas de la tarde y así lo hice, me puse la misma ropa de la noche anterior, regularmente esa señora casi nunca salía, iba impecablemente vestida de negro y una mantilla del mismo color, eso si sus dos largas trenzas, con dos lazos negros a los lados, le resaltaban más ese día la elegancia que la caracterizaba.

Terminada la misa, mucha gente se le acercó a manifestarle las condolencias, una nieta se le acercó, para acompañarla a la casa del finado, pero ella dijo que no, que ella se regresaba para la casa, la verdad nunca supe qué pasaba, pero ella, nunca fue a la casa de su hijo fallecido, la muchacha le entregó un recordatorio, de los que se acostumbraban y ella le solicitó otro, me cogió de la mano y me dijo nos vamos.

Cuando veníamos caminando por la Calle Grande, ahí, por la altura de la llamada “Casa Quema”, me obsequió uno de los recordatorios, el cual con la curiosidad de todo niño lo abrí, inmediatamente, había una foto del finado, vestido completamente de blanco y los agradecimientos de la familia, uno como niño conserva esa inocencia y tranquilidad, pero les aseguro que en esos momentos, son indescriptibles, pues el señor de la foto, fue la misma persona, que hacía ocho días, me había preguntado dónde quedaba el cementerio, con la misma vestimenta y la misma boina blanca, no había para equivocaciones y lo único que se me ocurrió fue decirle a la señora Manuela, su hijo me salió, yo lo vi, me abrazó y me dijo no mijito eso no puede ser, de paso llegamos a la tienda de Ture, ella misma compró las calillas, las galletas y las bolas de chicles.

Llegamos a su casa y mientras se fumaba, su calilla y consumíamos, las galletas y las bolas de chicles, me empezó a contar historietas, de cosas que uno cree que pasan, pero que sólo están en nuestra imaginación, que a veces son deseos incumplidos, me dijo, -de pronto tú no conociste bien a mi hijo y lo quisiste ver, pero por la multitud no pudiste hacerlo y te quedó esa idea en la mente y ese día se te cumplió, créeme que es así los muertos no salen, así que tranquilo, salí de ahí convencido, que todo había sido como la señora Manuela me lo explicó.

Después llegué a mi casa más tranquilo y le comenté a mi mamá y ella un poco más técnica, me dijo: si mijito, la señora Manuela tiene razón y eso se llama ILUSIÓN ÓPTICA, lo cual me dejó más tranquilo y convencido, pues no hay nada más sabio que las palabras de una madre.

Todo había quedado ya en el olvido, pero cuando estábamos en quinto de bachillerato, en una tarea de filosofía, nos tocó consultar la palabra Ilusión óptica, la cual me hizo retroceder al pasado y encontré que, una “ilusión óptica es una ilusión que engaña al sistema visual humano (desde el ojo al cerebro) y conduce a una percepción distorsionada de la realidad. Las ilusiones ópticas pueden ocurrir naturalmente o ser creadas por efectos visuales específicos, que pueden poner de relieve los principios de funcionamiento del sistema visual humano” hasta aquí quedé convencido que eso era lo que me había sucedido, pues la imagen de Don Braulio desapareció enseguida.

La ilusión óptica resulta del análisis de la información que se recibe del sistema visual. Este análisis puede dar lugar a la percepción de un objeto que no está presente, dando una imagen distorsionada de la realidad, hasta aquí todo iba bien, pero había algo, que de pronto por miedo a un regaño a castigo había ocultado y era: Y LOS DOS PESOS DE DON BRAULIO…

(Fuente: Definiciones de ILUSIÓN ÓPTICA, tomadas de: Oxford Languages Dictionaries Online – OLDO).

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