Uno no puede perdonar al que nos seguirá matando

Camino en medio de los escombros de una ciudad en guerra, edificios derruidos, mientras otras estructuras de cemento sobreviven mal heridas al combate, unos perros carroñeros, los pocos que quedan, pelean por los restos de un cadáver que a lo lejos parece humano.
El transmetro ya no es necesario, igual quedó inservible. El cielo sigue oscuro, la ciudad es una ciudad muerta, peligrosa. Estas imágenes son de una película de ficción de finales de los años de 1948. Sin embargo, la ciudad real, la mía, vivió estremecida por la brutalidad de las fuerzas represivas del gobierno en el mes de septiembre, y la indignación fue la mecha que prendió los ánimos de los ciudadanos rebeldes contra el crimen de otro conciudadano.
Revivió un animal que aparentemente estaba muerto. Preocupaba su duermevela, su enfermedad. En las películas de la violencia policial gravadas por la ciudadanía y luego reproducidas por los noticieros, se observa a la policía disparando sin miedo y sin discriminar contra los ciudadanos que protestaban justamente aquel día. Para la policía el concepto de ciudadanía no existe, es una abstracción, una entelequia, un invento de la izquierda comunista. Por eso hay que dispararles, porque más bien son forajidos sociales, enemigos internos como dicen sus libretos represivos, y hay que acabarlos como quien fumiga mosquitos.
Esa fue la razón para dispararle a la movilización y esa es la misma razón para seguir disparando contra tantos ciudadanos inocentes en el futuro. Es la doctrina religiosa de los cuerpos represivos del Estado. Dogma. Dispare primero y pregunte después. Agentes 007.
Y sigo caminando por aquella ciudad ya no imaginada, la tristeza la embarga, llueve en medio del intenso frío y son las lágrimas de un país herido, el agua de lluvia corre suave por los canales que conducen al detrito de la capital. Ni las lágrimas lograrán resarcir el dolor de la sociedad, menos cicatrizar la herida de tantas muertes. Uno no puede perdonar al que nos seguirá disparando. Pienso, un solo muerto es la advertencia de que algo anda mal entre nosotros. Un muerto es un crimen de Estado cuando lo provoca el gobierno, por acción o por omisión y cuando deja masacrar la paz y los líderes sociales en el país. Vivir o malvivir es una cosa y morir otra, y sobre todo cuando se muere a manos de las armas de la policía o del ejército, las mismas fuerzas que deben cuidar a los ciudadanos. Por eso el monopolio de las armas descansa en el Estado y no en los ciudadanos, y hay que cuidar que haya agentes armados con problemas de anomia, desadaptación, sociopatía, o problemas de personalidad, o borregos.
La policía se rige por la Constitución y las leyes que rigen a todos los ciudadanos, el uniforme y un arma no los hacen distintos. Creerlo es aceptar que es un cuerpo criminal, sosteniendo una dictadura blanca como la colombiana.