Una nueva conciencia colectiva
Resulta ser una paradoja impensable que un pueblo se levante y salga a las calles a protestar en medio de una pandemia, acompañado de la ubicuidad de un enemigo invisible que tiene en jaque al sistema de salud colombiano y mundial. Al iniciar las protestas, y darnos cuenta de los ríos humanos que empezaron a inundar las calles no solo de ciudades principales, sino también intermedias, nos pareció por un instante que la pandemia había terminado, pero no; solo se trató de poner en pausa una pesadilla para iniciar otra. Había empezado así, otra de las tantas horribles noches que parecen no cesar; por las que este país ha tenido que pasar y por las cuales ha tenido que quedarse en vela a lo largo de una historia de más de 200 años en la que no ha existido un instante de tranquilidad para sus gentes. Pero tal como ocurre dentro de una olla a presión, ha ocurrido en Colombia: se conjugaron muchísimos elementos que hicieron que esas fuerzas internas produjeran la explosión de un pueblo hastiado por la corrupción rampante, asfixiado por la gran desigualdad y falta de oportunidades, todo agravado por la pandemia. Este panorama desalentador conllevó a la generación de una nueva conciencia colectiva en Colombia; una conciencia que retrotrajo todos los males que aquejan a esta nación y que eran un secreto a voces que no parecía tener ninguna incidencia en las decisiones políticas de sus ciudadanos. Sin embargo, 2021 será recordado como el año en el que el monstruo dormido despertó y pudo poner su cabeza en orden para zafarse del terrible yugo aparentemente invisible que lo tenía sumido en un letargo cuasi eterno.
El primer elemento que ayudó a suscitar esta nueva conciencia fue el evidente mal manejo del estado desde muchas ópticas, lo cual se explica por la inexperiencia del presidente Duque. ¿Será que un lobo sagaz como Álvaro Uribe no calculó las consecuencias de designar a un imberbe como candidato a la presidencia, en un país tan complejo y polarizado? Entre esos malos manejos se cuentan, por mera burocracia, nombramientos de ministros que realmente no cumplen con el lleno de los requisitos mínimos para el manejo de algunas carteras, así como también el movimiento de algunos como fichas de ajedrez (Sin emular a Isolina Majul, cabe aclarar) para llenar vacíos.
Otro desatino que aportó al momentum que vive Colombia resultan ser las relaciones internacionales. La negociación para la consecución de las vacunas fue un proceso que se inició tardíamente, y que no fue efectivo. Esto tiene un impacto directo en la tranquilidad de los colombianos ya que vislumbran la tan anhelada inmunidad de rebaño, y por ende, el fin de la pandemia, demasiado lejano e incluso imposible. En este punto también es importante mencionar las decisiones desafortunadas tomadas con relación a países como Rusia (en una orilla política opuesta) en cuanto a la negativa de recibir vacunas fabricadas por ese gobierno, pasando por los temas venezolanos Juan Guaidó y Aida Merlano, hasta la injerencia en las elecciones de Estados Unidos apoyando a Trump, que puso a Colombia en una posición incómoda, y dejó en vilo la ayuda económica que el país del Norte le da a Colombia, porque el ganador de la contienda fue el candidato Biden.
Un segundo elemento radica en que Duque gobierna para unos pocos (como históricamente ha pasado en nuestro país con la clase dirigente): los que siempre han detentado el poder económico en Colombia, y han financiado campañas. Es lógico, dentro de la lógica burocrática, que el gobernante de turno les retribuya sus inversiones con exenciones de impuestos, por ejemplo, para que sus ganancias sean aún más exorbitantes, tal y como sucedió antes, y al inicio de la pandemia con el sector bancario, y los grandes empresarios en general. El colombiano de a pie también recibió prebendas, pero realmente no lo sintió en el bolsillo, y eso era algo que nunca iba a pasar porque los programas sociales dedicados a los más vulnerables no son políticas estructurales que puedan reducir la brecha que existe entre los menos favorecidos y los más pudientes, ya que solo resultan ser pañitos de agua tibia “engaña bobos”, usados como caballitos de batalla para captar votos, elección, tras elección.
En tercer lugar, la indignación que llegó a un punto de no retorno gracias a que los colombianos conocimos y vimos impávidos propuestas de algunos congresistas para bajar el sueldo y quitar algunas prebendas del parlamento para aportar de alguna manera a las finanzas del estado en estas épocas tan difíciles. Y muy a pesar de que los congresistas no están pagando “gastos de representación”, ni gasolina, ni tiquetes aéreos porque están sesionando desde sus casas, esos intentos de algunos parlamentarios honestos y conscientes de la situación, no llegaron a feliz término. Ese colombiano de a pie, que vio sus finanzas venirse al piso, y que empezó a pasar hambre, no soportó la injusticia de esos sueldos exorbitantes, y todas las otras arandelas que no eran para nada necesarias dentro de la coyuntura actual.
Otra fuente de indignación aún peor son las masacres y los asesinatos de más de 700 líderes sociales en lo que va corrido del gobierno Duque. Esto parece no tener fin. Las autoridades “parecen no saber” de dónde vienen esos asesinatos, y no hay resultados reales dentro de las investigaciones para castigar a los responsables.
Una quinta razón es el increíble hecho de que el presidente más joven de la historia de Colombia no ha tenido empatía con los jóvenes del país, y demuestra un alto grado de “sordera” y soberbia ante sus válidas peticiones. Lo demostró desde las protestas de 2019, y lo sigue haciendo en este 2021, ya que no es nada diligente en cuanto a tender puentes de diálogo con ellos. Esta desconexión con los jóvenes, y en general con el pueblo colombiano, se evidencia en todas las encuestas, incluso desde el inicio de su mandato. Por ejemplo, en la última encuesta INVAMER del mes de abril de este año, su nivel de desaprobación es del 63%, pero en una de 2019, durante aquel recordado paro (que tenía los mismos visos del actual) que la pandemia metió en el congelador, alcanzó incluso un nivel del 70%, el más alto que cualquier presidente colombiano haya podido tener en décadas. Para la mayoría, su presidente, su líder, no los representa.
Pero definitivamente el florero de Llorente resultó ser la absurda reforma tributaria propuesta en 2021, la tercera de este gobierno. Una reforma que buscaba tapar un hueco fiscal que se empezó a abrir desde 2018 cuando expidieron las llamadas ley de financiamiento, y ley de crecimiento que quitó 9 billones de pesos en impuestos a los bancos, y 12.3 billones en impuestos a las empresas mineras, con el propósito de incentivar la generación de empleo por parte de estas empresas (típica teoría neoliberal). Por esa decisión, el gobierno dejó de percibir prácticamente 20 billones de pesos. Al llegar la pandemia, el Estado se sobreendeudó para solventar los gastos adicionales y subsidios que tenía que dar a medianas y grandes empresas, y a ciudadanos menos favorecidos para que pudieran resistir los obligados cierres de la economía, necesarios para evitar el colapso del sistema de salud. Sin embargo, el grado de indignación de los ciudadanos se disparó con dicha reforma porque en plena pandemia, se vieron gastos completamente innecesarios del Estado como el de un programa televisivo diario que casi nadie veía, dirigido por el propio presidente; el anuncio de un préstamo para salvar de la quiebra a una compañía aérea extranjera; la compra de 23 camionetas blindadas para el esquema de seguridad del presidente por 9.600 millones de pesos; la compra de 18 tanquetas por 12.000 millones de pesos; el anuncio de la compra de aviones de guerra por 14 billones de pesos. La pregunta válida que todos se hacían era, ¿cómo es posible que se proponga una reforma tributaria que le iba a sacar plata del bolsillo a los estratos 1, 2 y 3 a través de la canasta familiar para sanear las finanzas del Estado, después de haber hecho esos “regalos” al sector bancario y grandes empresas nacionales y extranjeras (beneficiando ampliamente a los grandes), y haber hecho ese tipo de gastos innecesarios en mitad de una pandemia?
Algunas de las razones anteriormente expuestas no son para nada novedosas, y en muchos casos corresponden a deudas sociales históricas, acumuladas por gobiernos que han antecedido al gobierno Duque. Son pústulas sobre la piel de nuestra patria de las cuales la clase politiquera tradicional se ha encargado de no dejar salir el pus, y que se habían logrado enquistar en la vida cotidiana como parte del paisaje. Con lo que no contaban aquellos que se aprovechan de ellas, es que una pandemia iba a llegar para hacer colapsar los sistemas, y ayudar a develar la realidad “oculta”, y que el pueblo en pleno iba a salir a las calles sin ningún miedo al virus, a desafiar la muerte a sabiendas del riesgo tan grande que este representa, en medio de un tercer pico aún más agresivo que los anteriores. Pero para ellos, morir por COVID o morir de hambre daba igual, y da cuenta del alto grado de descontento y rabia que invade al grueso de la población y que logró desarrollar una conciencia colectiva de “¡ya basta!”, que pareció una utopía por décadas, pero que se materializó en un momento coyuntural de la historia de la humanidad.