PARA COMPLACER PETICIONES
El ejercicio de sentarse cada fin de semana frente al procesador de palabras para producir una columna que, amablemente, Manuel Pérez Fruto, periodista de larga tradición y jalonador de la cultura de la zona oriental del Departamento del Atlántico, publica en el Diario Voz de Oriente, me ha permitido, después de decenas de años, retomar el hilo de inmortales relaciones con viejas amistades y establecer nuevos nexos con coterráneos y no coterráneos que, por correo electrónico o a través de otros medios, me remiten valiosos comentarios motivadores. A todos ellos, les agradezco sus palabras sin discriminar a quienes difieren con mis posturas respecto a un determinado tema.
¡Bienvenidas todas las opiniones!
A raíz de la publicación de “Origen de algunas expresiones populares”, más de dos docenas de mis lectores – cifra que me sorprende – me han solicitado que me refiera a cómo nacieron otros refranes o proverbios o dichos o frases que han hecho carrera
dentro del lenguaje cotidiano. “No queda más remedio que ‘adorarlos’”, diría Vicente
Fernández al interpretar la reconocida canción “Mujeres divinas” de Martín Urieta. Vamos al grano, afirmó el dermatólogo.
- Se armó la gorda
Isabel II administró España a mediados del siglo XIX. Su padre, el monarca Fernando
VII, por el mal hábito de cambiar leyes con singulares propósitos, propio de algunos
gobernantes, modificó una norma que le permitió a la niña Isa suceder a su progenitor cuando ella apenas se balanceaba en los tres años de edad. Sin embargo, la encargada de gobernar fue la madre de la pequeña quien el día del quinceañero de la jovencita la sentenció a casarse con un tal Francisco que resultó cacha floja, es decir, miembro del otro equipo. Quizás, esa accidentada vida condujo a Isabel a ampararse en la ingesta de suculentos platos que a toda velocidad la aumentaron de peso, lo que dio motivo para
que el observador pueblo la apodara La Gorda.
Isabel II, La Gorda, fracasó como gobernante. Mientras sus detractores organizaban una
rebelión, el pueblo supo que la mandataria solicitaba armas a países vecinos para
mantenerse en el poder. “Se va a armar La Gorda”, decían en los corrillos callejeros.
No estaba equivocada la multitud, la reina enfrentó a los rebeldes y se formó el tira y
jala propio de un golpe de estado: toda una recocha. Desde entonces, cada vez que un
problema concluye en insultos o en trompá y patá o en algo más violento, no falta alguien que afirme que se armó la gorda para indicar que algo grave ocurre. ¿A pesar de tanto atropello, será posible que en Colombia nunca digamos que se armó la gorda? (sin sangre) ¿O será que estamos tan hechos al mal que el mal nos parece bien?
- No hay quinto malo
De esta expresión encontré dos teorías. La primera asegura que “no hay quinto malo”
surge en las corridas de toros de los años mil ochocientos, cuando no existía sorteo para el orden de aparición de los astados y sólo cinco vacunos entraban al ruedo en una jornada taurina. Como ha de suponerse, los dueños del ganado dejaban para el final al mejor de sus animales. Así el público se mantenía en las tribunas hasta cuando apareciera el quinto cuadrúpedo dispuesto a partir con los cuernos cualquier trapo rojo que el torero moviera. “¿Te vas?” preguntaba un vecino al otro en la plaza de toros. “No, aún no. Esperaré que suelten el quinto. Tú sabes que no hay quinto malo”. ¡Y olé!
La otra teoría la tomé del historiador plateño Humberto Mejía Martinez, fino conversador de lúcida memoria, depositario de un cúmulo de valiosa información: anécdotas y cifras que Plato, la Región Caribe y Colombia están en mora de recuperar. Afirma Humbertico que, a mediados del siglo XX, con billetes integrados por cinco fracciones, la Lotería de Bolívar fue una de las pioneras, o quizás la primera que apareció en nuestra bella costa atlántica. Coincidió el nacimiento de la venta de lotería con un momento de esplendor del béisbol nacional que la potente y diáfana voz de Marcos Pérez Caicedo narraba por radio. En esas transmisiones, asegura Mejía, el famoso locutor le hacía publicidad a la lotería bolivarense, pero no hablaba de fracciones, sino de quintos, término que aún es empleado en nuestros días. “Compre su quinto, Recuerde que no hay quinto malo”, con lo que el calamarense les hacía entendera los potenciales compradores que con cualquier número podían coronar un premio. Y “no hay quinto malo” se popularizó con el significado de todo puede servir. Hasta lo que consideramos inútil puede prestar un importante servicio. En la actualidad, los beisbolistas emplean esas palabras con la esperanza de que en el quinto episodio la sacarán del estadio.
- Suero atollabuey
Contaba el profesor Homero Mercado que un ciudadano nieto de cubanos adquirió una
hacienda en un municipio del departamento de Córdoba, donde se dedicó a la producción y venta de productos lácteos de tan alta calidad que no había quien compitiera con aquel ganadero. Desde luego, también expendía el delicioso suero.
El descendiente de isleños le dio a su hacienda el nombre de Hato Yagüey. Hato por la clase de negocio y Yagüey porque sus abuelos eran originarios de una población cubana así bautizada. Los consumidores sentían el orgullo de gritar “este suero es del Hato Yagúey”. Sin embargo, por razones fonéticas, los hablantes convirtieron el nombre en atolla buey porque entendían que el suero era tan espeso que hasta un buey se atollaba en aquella nutritiva y peligrosa pasta láctea. Hoy, está generalizada la expresión suero atollabuey con el significado de un suero de altísima calidad.
Excelente, pero nunca veré el suero (espeso) de la misma forma sin poder imaginar un buey atollado en el.