21 noviembre, 2024
Por Félix Pizarro Salas.

“La coma, esa puerta giratoria del pensamiento” (Julio Cortázar)

¡Usted lo sabe! Usted sabe que la coma puede cambiar el sentido de una frase, pero la pingarria de consultar o el olvido o la arrogancia de sabelotodo que invaden a algunos usuarios del lenguaje escrito los conducen a no usar ese rabito que puede hasta salvar vidas, tal como lo demostraré más adelante. “Eso no es más que un gastadero de tinta y de tiempo”, suelen decir los defensores de la mal llamada libre redacción. ¡Vaya actitud irresponsable ante el lector! Bien afirma Francis Bacon, famoso político y filósofo inglés, que “el leer hace completo al hombre, el hablar lo hace expeditivo, el escribir lo hace exacto”, en una clara invitación al uso apropiado de la escritura. Veamos unos cuantos casos:

  • Felipe VI, reina en España. (La coma indica una pausa. “Reina” es sustantivo).
  • Felipe VI reina en España. (No hay pausa en el interior de la frase. “Reina” es verbo)
    Según la primera afirmación, Felipe VI es una hermosa reina. No creo que al rey le haya gustado el cambio de identidad sexual. Él impera en su país, aclara la segunda oración.
  • Vengan a almorzar, mujeres.
  • Vengan a almorzar mujeres.
    En el primer caso, el hablante llama a las mujeres a comer. Muy diferente resulta proponerles a unos hambrientos que almuercen mujeres. A propósito, no se requiere ser Bokassa, emperador centroafricano durante más de treinta años, para disfrutar de la carne de la mujer… sin hacerle daño a ese bello ser.

Ahora, encuentre usted las diferencias:

  • No siga perro bravo. (A ese agresivo animal no se le permite la entrada).
  • No siga, perro bravo. (Si entras, te muerde Nerón)
  • Las jóvenes respetuosas usan tapabocas. (Solamente las respetuosas llevan mascarilla)
  • Las jóvenes, respetuosas, usan tapabocas. (Todas son respetuosas y todas se protegen)
  • Se necesita empleado inútil, presentarse sin recomendación. (La chamba será para un incapaz que no cuenta con palanca).
  • Se necesita empleado, inútil presentarse sin recomendación. (Alguien debe hablar bien del aspirante).

En su libro “Periodismo idiomático”, el educador y periodista Luis Felipe Palencia Caratt cuenta que en Rusia, en la época de los zares, dueños de todo el poder político y económico, un soltero y apuesto caballero de finos modales se paseaba por las calles de la capital rusa en busca de bellas damas para vivir románticos episodios con ellas. Y el hombre levantaba: una rubia en aquella esquina, una trigueña en el barrio abajo, la hija del dueño de la zapatería, y otra y otra. Si señor, era el propio coronador, el conquistador que ocupaba altos cargos en la administración pública y pertenecía a una de las familias más encopetadas del país. Atractivos suficientes para que las chicas cayeran redonditas ante el don Juan de moda, quien ante tanto éxito con las muchachongas, despertó la envidia de los demás varones. “¿Tendrá algún pedacito de oro en la zona baja?”, se preguntaban los jóvenes. “¿Hagamos algo pa’ que se le acabe la huevonada”, les advirtió a sus secuaces el chico que parecía ser el más osado y dispuesto a fulminar al reconocido seductor. Y lo hicieron: le tendieron una trampa al enamorador, lo enredaron en malos manejos y lograron que lo condujeran a prisión.

Después del juicio, el octogenario zar de guardia caída – afirmaban las lenguas imprudentes moscovitas – debía estudiar el caso y, a la mañana siguiente, promulgar el veredicto. De tal manera que el gobernante pasó parte de la noche, dedicado a analizar los hechos, leer declaraciones, comparar documentos… revisar cada detalle para tomar la más ecuánime decisión. Y aunque, en los corredores del palacio, se comentaba que al zar se le notaban, en la frente, unos sólidos promontorios que su querida esposa le había sembrado, al poderoso mandamás le correspondía emitir la sentencia. La redactó manuscrita en mayúsculas sostenidas. Aquel déspota monarca redactó así: ¡CONDENADLE, IMPOSIBLE PERDONARLE LA VIDA! Había que quebrar al gran conquistador. Sin embargo, como declamaría el poeta español Manuel Benítez Carrasco, “por esas cosas que pasan/ entre hombres y mujeres/ que nadie puede explicarlas”, al zar lo visitó un pretinazo cardíaco y falleció antes de promulgar el veredicto. “De papayita”, se dijo la zarina. “Algo tengo que hacer para que no maten al hombre que me lleva y me trae”, añadió para sí misma. Pensó y pensó. No podía alterar la perfecta y reconocida caligrafía de su difunto esposo. Epa, se le prendió el bombillo: “cambio la coma de lugar y listo el pastel”. La sentencia fue promulgada así: CONDENADLE IMPOSIBLE, PERDONARLE LA VIDA. “Ay, ay, ay, mamita mía, bendita sea la coma”, repetía la viuda zarina durante sus furtivos encuentros con el empedernido casanova.

2 pensamientos sobre “NO COMAS COMAS

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