22 diciembre, 2024
Por Giancarlo Silva Gómez

Con ocasión de una invitación de mi amigo Carleoni Crescente y de su esposa e hijo, he venido jugando esporádicamente y con fines de recreación un poco de tenis aficionado. Y con el paso del tiempo se han sumado los amigos Alejandro Guerra y Liseth Fontalvo, creando un combo chévere para hacer un poco de actividad física.

Fiel a la mala costumbre de hacer pública la vida privada en redes sociales, de publicar cuanto se come, se compra o se hace, es decir, por andar de espantajopo, publiqué en días pasados una foto de la raqueta con la cancha de fondo.

Y la reacción no se hizo esperar.

Unos me felicitaron por mi lucha sempiterna contra el sedentarismo, otros tomaron con sorna la imagen y la contrastaron con mi barriga, pero en especial me llamó la atención la reacción de un amigo a la foto. Me dijo que por ella había llegado a la conclusión que soy una persona contracultural.

Intrigado, le pedí que me explicara su tesis.

Claro que eres contracultural porque escuchas Rock, practicas deportes de extranjeros ricos y eres ateo! Y de remate andas de farto con esa foto…

Ante tan lapidaria sentencia debí soltar el teléfono y tomar una bocanada de aire, por estos días, cargada de fuego por las altas temperaturas que nos azotan. Dos vasos de coca cola después descifré el dilema. Para que mi amigo no crea que soy contracultural solo debo escuchar vallenato, porro y cumbia, pues sería una felonía escuchar salsa o merengue que son foráneos. Para que mi amigo no crea que soy contracultural solo debo jugar tejo y bolo criollo, pues no soy inglés para poder jugar fútbol o gringo para poder jugar baloncesto, y en todo caso, soy pobre. Para que mi amigo no crea que soy contracultural debo profesar su credo, pues se debe obviar el estado laico y tirar por la borda el libre desarrollo de la personalidad. De este capítulo me quedaron dos enseñanzas:Primera: las redes sociales no determinan nada. Vivir en función de las reacciones que de ellas se desprenden es un acto de narcisismo e ignorancia insondables. El número de comentarios o visualizaciones son temas baladíes y no demuestran en grado superlativo que seas importante o insignificante. Me caen mejor quienes se dedican a publicar memes porque se preocupan por divertir a sus amigos, que quienes miden su vida y la de los demás por la cantidad de reacciones y/o comentarios en redes. Segunda: tildar de contracultural a una persona por sus gustos en cuanto a música, deportes y creencias se refiere, es un postulado contracultural en sí mismo; Desconoce.

que todos quienes nos rodean, en alguna media, escuchan reguetón, ven series y películas norteamericanas en Netflix, usan tatuajes tribales ignotos, diezman cada mes, apoyan equipos de fútbol de ciudades que no conocen ni conocerán, tienen videojuegos y un largo etcétera de una cotidianidad inverosímil que no cabe en estas líneas. Parte mi amigo de un error: ser contracultural no es necesariamente malo o deleznable. Implica la capacidad de seguir rutinas, disciplinas o saberes que se salen de lo habitual y entablar una lucha encarnizada contra la modorra del status quo.

Creo que, dadas las circunstancias y las dinámicas de nuestra sociedad bizarra, ser contracultural (un outsider si de política se trata) es un cumplido.

Pero, por sobre todas las cosas, me quedó claro que mi amigo no tiene la más remota idea de qué es la contracultura y tampoco caerá en cuenta de este varillazo que le tiro porque no lee nunca y no romperá su racha para acometer la lectura de este artículo que le dedico. A guisa de coda: negar de soslayo que el golpe blando está en curso, es una etapa necesaria del golpe blando.

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