21 noviembre, 2024

La Capilla Sixtina Arte, Emociones y Anécdotas

Por: Nicolás De La Cruz.

Casi cada mañana durante los últimos seis meses de mi estadía en Roma, visité los Museos Vaticanos. Experimentando la calma de la Capilla Sixtina al atardecer, estudiado las sombras de Caravaggio y admirado las texturas del antiguo Egipto.

Muchas veces esperé que abrieran las puertas de los Museos, ansioso de traspasar las puertas de la historia del arte y la historia de la cristiandad, que para mí es la historia más grande y hermosa que existe en el mundo.

Mis jornadas comenzaban a las 9:30 de la mañana y terminaban a las 5 de la tarde, traspasando unas 300 puertas cada día, en un búnker protegido que contiene 2.797 llaves. Recorriendo una ruta de 7,4 kilómetros a través de los museos, que reciben hasta 28.000 visitantes al día.

Sabía, que el olor que me esperaba cuando pasaba por la primera puerta, era el olor de la historia, el olor que han inhalado muchos hombres antes que yo. Son los mismos terrenos que han recorrido, amado y llorado muchos Papas.

Cada vez que entraba en la Capilla Sixtina, experimentaba una serie de emociones, “Los Museos Vaticanos”, incluyendo las Estancias de Rafael y la Capilla Sixtina, son unas de las obras de arte más hermosas del mundo.


Programados para el arte.


Los Museos Vaticanos albergan, protegen y restauran decenas de miles de obras de arte de valor incalculable que abarcan épocas antiguas y modernas, pero quizá ninguna sea más emblemática que la sede del cónclave papal. Todavía recuerdo cómo me vi superado por la emoción la primera vez que entré a la Capilla Sixtina en 1981. Están maravillosamente envueltas en sus detalles: los movimientos, las torsiones, la musculatura. Hay algo ahí dentro, algo especial, algo mágico. Llamativos en su totalidad, los frescos de Miguel Ángel que cubren los 1.114 metros cuadrados de la capilla. Las escenas del Génesis y más de 300 figuras revelan las complejidades de la forma humana. Allí he visto a personas de todas las creencias quedarse conmovidas por su belleza.


De hecho, algunos científicos proponen que estamos programados para experimentar una respuesta emocional ante el arte, un principio que los filósofos han tratado de entender durante siglos.


“Las pinturas conmueven el alma del observador cuando las personas representadas muestran claramente el movimiento de su propia alma”, escribió el artista florentino León Battista Alberti en 1435, casi un siglo antes de que se completase la Capilla Sixtina. “Sollozamos con los sollozos, reímos con la risa, sufrimos con el sufrimiento”.


Hoy, los neurocientíficos estudian los fundamentos biológicos de esta respuesta en sus laboratorios, un campo relativamente reciente conocido como neuroestética.


Según investigaciones limitadas de imágenes neurológicas, cuando vemos imágenes de cuerpos o percibimos los movimientos requeridos para dar las pinceladas, nuestros propios sistemas motores se activan. Esto se conoce como sistema de neuronas espejo, que está implicado en la comunicación social, la empatía y la imitación. Otros estudios han determinado que las regiones del cerebro implicadas en el procesamiento de las emociones se activan cuando miramos obras de arte, lo que sugiere una relación innata entre los juicios estéticos y las emociones.


ANÉDOCTAS


El Juicio Final es un impresionante mural realizado por Michelangelo Buonarroti (mejor conocido como Miguel Ángel) para el ábside de la Capilla Sixtina, en Roma, es una amalgama de figuras que van del horror infernal hasta la plenitud celestial.


Entre las anécdotas que destacan de esta magnífica obra, está el valor que tuvo Miguel Ángel de retratarse a sí mismo como San Bartolomé, que aparece desollado y se expone en la obra como una piel colgante y vacía.


Pero sin duda la anécdota más relevante en torno a este mural, data del 31 de octubre de 1541, cuando la obra fue descubierta para su contemplación. El hecho de la desnudez de los personajes fue todo un escándalo. Muchos fueron los críticos. Pablo III, el Papa, lo aceptó bastante bien, pero no así Biagio da Cesena, maestro de ceremonias del Papa. Miguel Ángel tuvo el ingenio y la astucia de retratarlo en la obra, ubicándolo en el infierno.

Al verse retratado de tan indigna manera, Da Cesena se quejó ante el Papa. El Papa, que tenía cierto sentido del humor y mejor ánimo que De Cesena, le dijo: “Si el pintor te hubiera colocado en el purgatorio, yo podría ayudarte pidiéndole que te pusiera en otro sitio; pero como te ha arrojado al infierno, no está en mi potestad quitarte de penar, porque allí no hay redención posible”.
Así fue como finalmente, el maestro de ceremonias del Papa, pasó a la historia con orejas de burro y dominado por una serpiente infernal.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *