FIESTA PATRONAL ATÍPICA
El vecino municipio de Santo Tomás de Villanueva, el de los verdes mangos como se le conoce hoy en día por la abundancia y exquisitez de esos frutos en época de cosecha, tendrá que registrar por primera vez en su historial religioso una fiesta patronal atípica por causa de la pandemia del coronavirus o COVID 19 como la declaró la Organización Mundial de la Salud (OMS). Situación que contrasta con la época aquella en que la Parroquia de Santo Tomás fue declarada en entredicho, para mayor precisión en el año de 1968, al prohibírseleprestar a la feligresía como sanción los servicios religiosos de cualquier naturaleza, hecho fáctico causado por la rebelión de los flagelantes de esa época, que lanza en ristre se fueron en contra de la prohibición arzobispal que les impedía ese viernes santo salir a recorrer las calles de la población vistiendo un sayo o túnica con su torso desnudo exhibiendo a parroquianos y turistas en el lomo de la espalda la crueldad ensangrentada de su manda. Durante el entredicho no hubo en absoluto fiesta patronal. Ni siquiera se oficiaba la eucaristía. El templo permaneció cerrado desde el inicio del entredicho hasta el levantamiento del mismo cuando precluyó el término temporal previsto.
Hoy son menos rigurosas las condiciones de restricción previstas en principio gracias al levantamiento del confinamiento en casa y de la flexibilidad tomada en algunas medidas de bioseguridad.
Hoy por lo menoslos medios digitales nos permitirán acceder, sin presencia personal, a los actos religiosos, con especialidad a la eucaristía que se celebrará en honor del santo patrono Santo Tomás de Villanueva. Eso sí que brillarán por su ausencia los juegos pirotécnicos, los actos culturales, las actividades deportivas y el redondel de parejas bailando la cumbia en la plaza en la noche de la víspera de la fiesta. Los taurinos echaran de menos la romería de coterráneos y extranjeros llenando los tendidos del coso hasta las banderas en la tradicional corrida de toros y, probablemente, más de uno expresará su inconformismo con “madrazos” de alto calibre. Les tocará conformarse por su propia cuenta, ya que de lo alto difícilmente les llegara el consuelo por la potísima razón de que el venerable Arzobispo de la ciudad española de Valencia. Santo Tomás de Villanueva, fue en su tiempo uno de los más intransigentes fustigadores de la fiesta de los toros. Fue un acérrimo enemigo de la fiesta brava. Algunos sermones arremeten contra la crueldad de la fiesta de los toros.
Sin embargo no todo está perdido para los inconformes citados, en razón de que Santo Tomás de Villanueva juró a Dios, y, voluntariamente, prometió a sus superiores obediencia o sumisión religiosa; por lo que hoy ante el viraje dado por el Vaticano, el benemérito santo se haya plegado a los nuevos vientos que flotan en la Iglesia con respecto a la fiesta de los toros y, por tanto, les haya compensado su ira a los inconformes con una lluvia de bendiciones.
El arzobispo de Valencia se interrogaba: “¿Hay brutalidad mayor que provocar a una fiera para que despedace al hombre?” Y, tras considerar este espectáculo de “duro y cruelísimo” denunciaba “en nombre de Jesucristo, a todos cuantos obráis y consentís o no prohibís las corridas” y a todos ellos les intimidaba de esta manera: “No sólo pecáis mortalmente, sino que sois homicidas y deudores delante de Dios”.
Sin embargo contrario a lo que hubiese querido, la canonización de nuestro queridísimo Patrono el 1º de noviembre de 1658 fue festejada, contradictoriamente, con corridas de toros en Zaragoza, Valencia, y otras ciudades de España.
El debate taurino empezó hace 500 años con reyes, papas, obispos y teólogo.
El Papa San Pío V un ataque frontal contra las que consideraba crueles corridas de toros, arremetió contra ellas, en su Bula DE SALUTIS GREGIS DOMINICI, las prohibió terminantemente bajo pena de excomunión para toreros.
El licenciado y periodista mejicano Jorge Raúl Nacif Godard, quien tiene alto dominio sobre el tema, ha publicado lo que me permito compartir a continuación con los lectores:
“En la edad media y principios de la moderna, las corridas de toros no tenían nada que ver como las conocemos hoy en día, ya que eran verdaderas carnicerías donde no solamente moría el toro, sino decenas de caballos y personas. No había toreo como tal, sino que eran literalmente “corridas: soltaban al toro y los “toreros” trataban de darle muerte sin capote o muleta, solo con su espada y alguno que otro a caballo.
Este espectáculo era realmente cruento, por lo que en 1567, el Papa San Pío V, en su Bula DE SALUTIS GREGIS DOMINICI, ordena lo siguiente: Por lo tanto, Nos, considerando que esos espectáculos en que se corren toros y fieras en el circo o en la plaza pública no tienen nada que ver con la piedad y caridad cristiana, y queriendo abolir tales espectáculos cruentos y vergonzosos, propios no de hombres sino del demonio, y proveer a la salvación de las almas, en la medida de nuestras posibilidades con la ayuda de Dios, prohibimos terminantemente por esta nuestra Constitución, que estará vigente perpetuamente, bajo pena de excomunión y de anatema en que se incurrirá por el hecho mismo (ipso facto), que todos y cada uno de los príncipes cristianos, cualquiera que sea la dignidad de que estén revestidos, sea eclesiástica o civil, incluso imperial o real o de cualquier otra clase, cualquiera que sea el nombre con el que se los designe o cualquiera que sea su comunidad o estado, permitan la celebración de esos espectáculos en que se corren toros y otras fieras es sus provincias, ciudades, territorios, plazas fuertes, y lugares donde se lleven a cabo.
“Ahora bien, esto es con respecto a este documento pontificio, pero hay más. Años más tarde, el Papa Gregorio XIII publicó su encíclica EXPONI NOBIS, en la cual delimitó, por llamarlo de algún modo, lo expresado en la bula de San Pío V. Gregorio XIII derogó la pena de excomunión para toreros y asistentes a festejos, “siempre que se hubiesen tomado además, por aquellos a quienes competa, las correspondientes medidas a fin de evitar, en lo posible, cualquier muerte.
El Papa Clemente VIII, en1596, levantó todas las penas de excomunión y permitió las corridas de toro en cualquiera de sus modalidades, ya que se dice, el Papa era aficionado a las corridas de toros. Esto lo hizo en el BREVI SUSCEPI MUNERIS.
Así que, por donde se le vea, las corridas de toros en la actualidad son permitidas y aceptadas por la Iglesia Universal. He conocido, además, varios sacerdotes taurinos y que incluso, hasta han toreado vaquillas.
El mismísimo San Josemaría Escriba, fundador del Opus Dei. Era taurino de cepa; recuerdo haber visto un video donde practicaba los movimientos del toreo de salón con el matador Antonio Bienvenida en una tertulia.”
(Fuera de texto, les anoto que Antonio Bienvenida, torero español nacido en Caracas Venezuela, de familia nobiliaria, perteneciente a una dinastía torera era miembro del Opus Dei)
Juan Pablo II no estaba en contra de la fiesta, es más, he sabido que llegó a recibir varios toreros en el Vaticano y bendecía sus avíos para la lidia.
Las plazas de toros cuentan con capilla y sacerdotes a cargo, enviados ahí por el Obispo responsable, Obispos en comunión perfecta con la Santa Sede.
Así que, a manera de conclusión, la lidia de toros no tiene mayor conflicto ético y son totalmente permitidas por la Iglesia y por las leyes morales.
La posición recalcitrante a las corridas de los toros por Santo Tomás de Villanueva era comprensible en una época en que se esperaba no la muerte del toro al final de la lidia, sino morbosamente la de su aguijoneador. Con el tiempo cambiaron las cosas y se tomaron los correctivos del caso, con los cuales poco a poco se consiguió, por los que estaban obligados hacerlo que las corridas de toro ante más que tragedia fuera diversión. Ya no se mortificaba la bestia con el fin de que diera muerte a su fustigante, sino que al toro, como acontece hoy, se le angustia para que termine matándolo el hostigan té, o mejor dicho como se dice en los tiempos actuales “el matador”
En lo que atañe a mi pueblo natal -Santo Tomás- en ninguna época las autoridades civiles y eclesiásticas se han opuesto a las corridas de toros, como si ha ocurrido con los penitentes o flagelantes en semana santa.
Por manera que la posición recalcitrante de impugnación del santo a la lidia de los toros obedeció más que todo a esa crueldad que caracterizaba entonces las fiestas taurinas. Por tanto su postura es comprensible, como también fue la del Papa Pio V.
Hoy en día las corridas de toro son muy diferentes, razón por la cual tienen el muy bien ganado título de tauromaquia, o sea el arte y técnica de lidiar toros.
Para demostrar esa contemporaneidad del santo con esa época de la entronización de la “crueldad” en corralejas y calles, basta poner de presente que el santo murió el 9 de septiembre de 1555, es decir doce años antes de que se publicara la Bula DE SALUTIS GREGIS DOMINICI, ya citada, que castiga a los artífices del toreo y aficionadosa la pena de excomunión. Su ciclo terrenal termino a los 66 años por una angina de pecho; había nacido en el año de 1486, seis años antes del descubrimiento de América por el almirante Cristóbal Colón.
Santo Tomás de Villanueva, el predicador, escritor ascético y religioso agustino español que llegó a obispo, es un santo muy venerado por los tomasinos y villanueveros (Guajira) que le piden derrame benigno las riquezas de su misericordia sobre todo los que lo imploran.
Desde mi más tierna infancia tuve como referente de la fiesta de los toros, las realizadas en Santo Tomás. Luego adolescente y con mayor razón cumplida la mayoría de edad, mi presencia en la corrida de toros era inmancable como aficionado y espectador en la plaza de la población alrededor de la Iglesia Parroquial, al taponar las vías de acceso convirtiendo el sitio en una corraleja, coso o redondel taurino.
En más en cierta ocasión cuando advertí que raudo se acercaba el toro al grupo de personas que expectantes no lo perdíamos de vista, corrí de prisa y un santiamén alcance los barrotes de hierro de una de las ventanas del frontispicio de la casa de la familia Arteta, la cual me sirvió de burladero para ponerme a salvo de la inminente embestida del toro del cuala mis espaldas percibí el resoplo de la agresividad que traía consigo. No tuvo la misma suerte Pedro Acosta de Ávila quien recibió una seria cornada en la quijada que lo incapacito por varios meses; dejándole de secuela de por vida su ausencia por completo de las corridas de toros. A todas estas Firo Gutiérrez Borja, hermano de mi entrañable amigo el profesor Calazan y tío de mi colega y pariente Fabián Granados, lo observé angustiosamente sacándole mantazos al toro. Era un lidiador quien con atrevimiento y sin sonroja, creyéndose estar a la altura de un Manolete o de un Manuel Benítez, “El Cordobés”, llamaba a sus quítese al toro manoletinas o pases de muleta. Firo de su afición por los toros y su frustrada aspiración de ser torero le quedó una corneada en su masa corporal como imperecedero recuerdo de su frustrado ideal de ser un diestro “matador,” con el distintivo de “El tomasino.”