31 octubre, 2024

Entre el paraíso y los afrodisíacos pescados de Matilde.

Por. Frensis Isaac Salcedo
  • Polonuevo, tierra de encantos terrenales.
  • En homenaje a las madres en su mes.

Matilde, de mirada triste y alegre, como especie de una antítesis de las figuras literarias que adornan la literatura y la poesía. Así es esta hermosa mujer de piel morena dorada por el sol y refrescada por las alegres brisas que en carcajadas celestiales encantan a Polonuevo, población del Departamento del Atlántico, anclada entre sus costumbres propias de la gente oriunda de este terruño hermoso que todavía gurda estructuras autóctonas de sus primeros pobladores y  donde todavía una persona se puede comer un pescado con el sabor original del río y del mar, como sólo lo sabe preparar Herminia Ospino Alfaro, a quien se la conoce como Matilde, porque su nombre estaba sujeto a las abuelas materna y paterna, quienes discutían cuál sería el nombre de la nieta, hasta cuando la abuela Herminia, la cargó entre sus brazos y la llevó a la notaría para registrarla con su nombre: Herminia, pero en toda la zona la llaman Matilde, la mujer que vende los pescados más deliciosos en el Departamento del Atlántico; la misma que nació en el Corregimiento de Orihueca, perteneciente al municipio de Ciénega, en el Magdalena, y que llegó a estas tierras a deleitar los paladares de las personas que diario se dan cita en su negocio para saborear los productos del río y del mar, acompañados con una deliciosa agua de panela y unos trozos de yuca harina que encantan a cualquier ser humano que los pruebe; aunque lo más agradable y que llamó la atención fue la vajilla especial donde sirve los pescados, que dan el toque típico del lugar: pedazos de papel de bolsa de azúcar, espectacular combinación que nos desconecta de la vida rutinaria y nos transporta a un lugar mágico, único, donde la tranquilidad del mediodía es interrumpida sólo con el crujir de los indefensos pescados atrapados en el caldero con aceite caliente. 

Matilde, quien vio la primera luz del sol en el Magdalena, llegó a Polonuevo de la mano de Florentino Martes, su padrastro, quien la trajo procedente de Rio Frio, lugar encantado por el coro de las aguas que alegres viajan escapadas de la sierra en busca del mar; en ese lugar paradisíaco transcurrió la niñez y adolescencia de esta grandiosa matrona, quien es hija de Manuel Ospino (QEPD) y Gumercinda Alfaro (QEPD), tiene ocho hermanos con quienes llegó a probar suerte en esta tierra prometida, la misma que hoy ama como si fuese la de su cuna; esta mujer tierna cuenta con 71 años de edad, nació el 30 de noviembre de 1949, tiene seis hijos, a quienes ha criado gracias a su negocio que inició hace 37 años, del que vive agradecida con Dios, porque le ha permitido salir adelante entre los sabores agridulces que los caminos de la vida traen consigo.

Llegamos donde Matilde, en compañía de Edwin Navarro y Julio Lara, para cumplir una invitación que nos hizo el periodista y publicista Otto Mendoza Martes; eran las 10:30 de la mañana, hicimos el pedido para almorzar, pero sólo a las 3:00 de la tarde esta mujer nos pudo atender para entablar diálogo. Fue una jornada muy dura, dijo con un soplo entre sus labios, mientras se dejó caer sobre un taburete de cuero; iniciamos el ameno diálogo con anécdotas y experiencias, entre las que comentó, con voz musical, que su trajín diario comienza a las tres de la mañana, por eso se acuesta a las 10 de la noche para levantarse bien temprano y alistarse a sus labores que continúan con la partida a la ciudad de Barranquilla, con destino a la plaza del pescado, donde adquiere el producto acuático que más tarde será puesto en los paladares innumerables que la visitan para saborear estas delicias que sólo ella sabe preparar. “Cuando llego a la plaza del pescado todos me conocen por eso compro más económico y puedo colocar precios cómodos para mis clientes, porque mi intención no es enriquecerme, sino ganarme unos pesos para vivir tranquila y feliz como hasta ahora, a pesar de tantos problemas que a una le toca afrontar”. Sostuvo mientras dejaba escapar una mirada larga como buscando algo perdido en el baúl de los recuerdos.  

Ya el fuego, que consumaba la leña en el fogón, fenecía con la calma de la tarde, después del trajinar de Matilde. Sentados frente a esta mujer llena de ternura, contó que invierte $ 800.000 en la compra de 30 y 40 kilos de pescado con los cuales se aprovisiona cada dos días, acción que aprendió desde cuando heredó el negocio de su mamá. “Quiero decirle que primero comencé con frutas, pero tenía que ir a buscarlas a los montes y después salir a venderlas, y eso no me gustó; entonces tomé $ 5000 y me fui a probar suerte con la venta de pescados y aquí estoy, ganándome $ 200.000 por negocio”. Sonríe con mucha alegría y gozo, que se notan hasta en la piel de ébano que adorna su cuerpo. Es una mujer incansable que después de su rutina en la madrugada, llega a casa a las 9 de la mañana y enseguida comienza la preparación de los pescados: los lava bien tres veces, luego los sazona sumergiéndolos en agua de limón con sal, durante 5 minutos, acto seguido los saca y los coloca en una troja, donde el sol los acaricia; de ahí los toma para llevarlos al caldero con aceite caliente donde los frita, para alistarlos al paladar de las centenares de personas que diario concurren a su negocio; un espacio típico que antes se cobijaba del sol bajo una enramada de paja, hoy reemplazada por una construcción moderna hecha en Eternit, mampostería y una hornilla con chimenea que permite que el humo que proviene de los palos de leña salga sin mortificar a nadie. Esta remodelación se la debe a su gran amigo José Antonio Segebre, exgobernador del Atlántico, con quien sostiene amistad desde hacen muchos años; comenta que este hombre de la vida pública, es el personaje que la ha ayudado a mitigar las penas económicas para tratar una penosa enfermedad, que padece uno de sus hijos, que gracias a la oportuna intervención médica, esperaba de una operación quirúrgica para solucionar el problema, porque ningún alcalde del pueblo la ha ayudado nunca, a pesar de ser un personaje que le ha aportado a la cultura del pueblo desde la gastronomía. Es una fiel creyente en Dios, de quien dice que nunca la ha abandonado y por eso siempre lo adora con devoción y a quien jamás le ha reprochado nada, incluso ni cuando la guerrilla le mató a un hijo que prestaba servicio como policía en Urabá, ni en los momentos más difíciles de sus días; su negocio se detiene sólo los viernes santos, 25 de diciembre, primero de enero y cuando se dispone para el Señor de los milagros, en la Villa de San Benito Abad. Con una sonrisa entre labios como llovizna invernal dice: “El truco del sabor de mis pescados, está en la preparación, el tiempo de fritura y el amor que le coloco diario, porque todo lo que hago, lo hago con amor, sin pereza, con gusto y siempre agradecida con Dios; además el pescado malo lo rechazo porque daña la manteca, al cliente y por supuesto, al negocio, ahí está la nota del sabor de los pescados de Matilde”. Sonríe.

Como todo ser humano en sus pocos ratos libres se va a jugar bingo con las amigas y en época de carnaval participaba como bailarina de La danza del gallinazo, junto con su esposo José Manuel Orozco; recuerda que iban a otros pueblos a gozar el carnaval, porque ayer esta fiesta era mejor, tiempos de los que añora los salones burreros en Ciénega donde se gozaba sin cesar. Como paradojas de la vida la comida que más le fascina es el chicharrón de cerdo, acompañado con patacón de guineo verde, los colores de su preferencia son los sobrios, la música que le cautiva el alma es la de la vieja guardia: boleros, baladas y rancheras. Su voz gutural endulzó nuestros oídos cuando empezó a cantar Semilla e Odio, que llevó al acetato Sofi Martínez. Con tristeza, que se notó sale del alma, comentó que quiso ser maestra, pero su progenitora no la dejó estudiar porque en el colegio se iba a hacer desorden, su señora madre le enfatizaba que ella sólo tenía que aprender a cocinar, a lavar y a pilar, entonces sólo así ya era una mujer de servicio, por esas razones le tocó aprender a escribir y a contar, en la escuela de la vida. Aunque no se queja de su suerte porque dice que es una mujer feliz con lo que hace y que a su edad no siente cansancio, por lo que, a las nuevas generaciones, les dice que sepan trabajar, que sepan tratar a las personas, que se alejen del vicio, porque eso no conlleva a nada bueno. Enfatiza que ella nunca ha tomado licor, nunca ha fumado, pero prepara y frita los pescados más deliciosos sobre la tierra; de eso no hay duda.

Después de un ameno diálogo, y con la certeza de regresar a este paraíso escondido en pleno corazón de Polonuevo, nos despedimos con unos versos de la danza del gallinazo, provenientes del alma de esta hermosa mujer; se levantó y con sigilo bailando y cantando, desapareció de nuestras miradas.

Verso del rey:

Desde el trono de mis padres

Fui de alta nobleza 

Y por tal naturaleza

con exquisitos manjares

Y por todos los lugares

donde se observa la ley

como se dice en la grey

con gran honor y respeto

educando a estos goleros

que bailando me acompañan

pienso llegar a Alemania con todos mis compañeros.    

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