ENTIERROS Y AMARRES
Otro día más los vecinos de Aristobulo y Misbiela estaban de espectadores deuna de las peleas que venían protagonizando desde hacía 6 meses producto de los celos de ella argumentados en los amoríos de él con Nicolasita, una bella y esbelta mulata de cabello cobrizo ensortijado, labios carnosos que incitaban al pecado y ojos color aceituna, dueña de amplias curvas que
sometían al que las recorría a dirigirse sin freno a la perdición sin retorno, tambien tenía fama de enredar a los hombres con artilugios oscuros
propiciados por su prima Gertrudis que se las daba de pitonisa y que los recibía en su casa para sus encuentros clandestinos y hasta les prestaba la cama de su matrimonio disuelto con su marido difunto a cambio de unos pesos que decía eran para la lavada de las sábanas y les daba gratis el derecho a beber
agua de su tinaja personal que tenía en el cuarto para amainar la sed posterior a sus juegos corporales.
Misbiela pertenecía a una familia de santeros que se enorgullecían de sus ancestros africanos traídos esclavos a estas tierras desde Sierra Leona en los
años en que el mundo todavía no giraba acompañados de su inquebrantable fé en las siete potencias africanas que eran infalibles para solucionar cualquier problema con la debida invocación, a ellos Misbiela acudió a fin de que le
hicieran el trabajo de devolverle a su marido dócil y amoroso y sobre todo quitarle de la cabeza a Nicolasita, la causante de sus desdichas matrimoniales.
Así, su tía Sacramento tomó posesión de este caso urgente con la debida premura, y en su consultorio sometió a la mujer al debido diagnóstico
encendiendo un enorme tabaco envuelto por ella misma al que le daba aspiraciones profundas como si fuera el último aire previo a su propia muerte
que intercalaba con tragos de café cerrero mezclado con media botella de ron que había quedado de la anterior consulta, y echaba las bocanadas de humo
con los ojos entreabiertos y lanzando gemidos de ultratumba al cuerpo desnudo de la sobrina a la vez que le daba golpes suaves con un ramo de
hojas de matarratón y eucalipto, todo enmarcado en un ambiente penumbroso apenas iluminado por siete velas encendidas de diferente color dispuestas en circulo mientras Misbiela sentía en su cuerpo de ébano el influjo de sus ancestros.
-Llévame a tu casa! dijo con decisión Sacramento, La vaina la tienes allá.
Salieron presurosas hacia la casa de Misbiela acompañados de Eulogio y Froilán, sobrinos de Sacramento que desde niños habían ayudado a ésta en las labores de su consultorio, tenían aspecto desgarbado y taciturno como si acabaran de salir de un sueño eterno y se les marcaba el costillar por debajo de la delgada franela.
Recorrieron tres cuadras de la calle Cabestro y doblaron a la izquierda hasta llegar a la esquina de la carnicería de Celedonio, el que raspa mondongo y
siguieron derecho hasta la casa de Misbiela que se reconocia a la distancia por tener el portón de hojas de zinc pintado de verde y un árbol de mango de hilaza en la puerta que servía de filtro para el intenso calor de las cuatro de la tarde.
Sacramento se detuvo en la entrada de la puerta principal, cerró los ojos y en un gesto de agonía apretó sus grandes labios manchados por las hojas y humo del tabaco haciendo gemidos como si experimentara un trance espiritual en
donde sus Orishas africanos le hablaban a su subconsciente, dos gotas de sudor emanaron de su frente y cayeron en la esquina izquierda del pretil de la puerta, -Aquí esta tu problema, dijo con voz ronca, Froilan cava ahí, le dijo señalando con el dedo donde habian caido las gotas de sudor, -apúrate que la
vaina es urgente, terminó diciendo. Froilan presuroso empezó la tarea con su fiel cuchillo degüella-puerco, y a veinte centímetros de la superficie encontro algo,
-Aquí hay una vaina enterrá, dijo mirandola a los ojos
-Sácalo! Le dijo ella, y agárralo con la mano izquierda pa’ que no te pringue.
Obediente, sacó un pequeño bulto envuelto en tela negra amarrado con seis nudos de una cuerda de fique,
-Ya empezó mal, ese es el número del diablo – dijo ella- Abrelo!, y apareció ante ellos las fotos de Aristobulo y Misbiela envueltas en mierda de perro y mierda de gato, -Con razón este par viven de pelea en pelea -comentó ella- los envolvieron en la mierda de dos animales que no se pueden ni ver porque
paran es peleando, pero tranquila -siguió- te voy a poné la contra a esta vaina que van a quedar curados, entra a la casa y espera a tu marido a que venga y que sea en pantaleta, desde hoy te voy a cambiá la vida, me voy a trabajá.
Sacudió sus chancletas y se fue a su consultorio a soltar el efecto del entierro con artimañas de magia ancestral que solo ella conocía.
En la noche, llegó Aristobulo a su casa, sudoroso y oliendo a sol producto de estar todo el día sembrando la yuca de la temporada, y al ver a su mujer en paños menores sintió un revoloteo en el pecho que le bajó por el espinazo y
que lo tumbó al piso obligandola a ella a agacharse y ponerlo en su regazo, mientras él, aún desorientado por el impacto con la mirada perdida en los ojos
de ella, le dijo desde el fondo de su ser: Misbiela, te amo!