El Trupillo, la efigie de un estilo de vida
Alberto Redondo Salas
En el corazón del barrio El Carmen de Santo Tomás, a un costado de la tienda La Quincaya, erguido majestuosamente, se alzaba un trupillo. Este árbol centenario, inicialmente testigo mudo de travesuras juveniles, pronto se convirtió en el epicentro de una narrativa más profunda, tejida con la esencia de una comunidad.
Era un símbolo viviente de la infancia desenfadada y las bromas traviesas de un grupo de amigos. Sus ramas fueron testigos de risas, secretos compartidos y aventuras que solo la juventud puede concebir. Sin embargo, el árbol también llevaba consigo un aura de estigma, marcado por las travesuras que provocaron la desaprobación de algunos coterráneos.
Con el tiempo, como si el árbol mismo hubiera absorbido la esencia de las generaciones que lo rodeaban, algo cambió. El Trupillo dejó de representar solo las hazañas juveniles y se transformó en el emblema de un estilo de vida arraigado en la solidaridad, la tradición y la unidad comunitaria.
Como cada 25 de diciembre, sin importar las diferencias pasadas y que al Trupillo hubo que cortarlo hace algunos años, a causa de la construcción del pavimento, los vecinos se congregaron alrededor de su recuerdo. Los participantes pudimos disfrutar de un día de celebración, un tributo tanto al árbol como a la historia compartida del barrio, mientras la atmósfera se llenó de anécdotas, homenajes, reinas del carnaval, música y el aroma de tradición, que demostraron a propios y extraños la esencia del espíritu de los trupilleros.
Las raíces del Trupillo se entrelazaron con los lazos de hermandad y amistad que unen a los vecinos, fortalecidos por los recuerdos de antaño y la esperanza de un futuro compartido. Fue un día para honrar la transformación del estigma en orgullo, y para celebrar la fuerza de una comunidad unida por la historia de un árbol.
En este día de festividad navideña comprendí que el Trupillo se fue convirtiendo en mucho más que un testigo silencioso del paisaje tomasino; se erigió como un símbolo perdurable de la historia viva del barrio, como la efigie de una forma de asumir la existencia, recordándoles a todos que la vida, al igual que los árboles, puede transformarse y florecer con el pasar del tiempo.
* Fotografía de Julio César De la Hoz