EL GOL DEL DOCTOR PERTUZ
A las seis, cuando la tarde empieza a perder su nombre y las primeras flechas de la oscuridad tiñen de gris el barrio El Carmen, Ligia Lara, nacida para la ternura, recuesta un taburete sobre el añejo roble que sus amistades mencionan como punto de referencia para encontrar la casa que la batalladora mujer construyó con ladrillos de perseverancia y cemento de disciplina. Libia, la dulce nieta libre de prevenciones, se entrega al calor de la mimosa abuela que abre las aspas del amor y, en la cárcel de sus brazos atrapa a la bella adolescente.
– Te dejaron tareas?
– No, abue! Hoy, nos tomaron unos datos personales. Cuando le dije que tengo catorce años, el profesor me preguntó: usted nació antes o después de “El gol del doctor Pertuz”?
– Seguro dijiste que antes. Si no te conociera.
– No, no respondí nada. Es que yo no sé quién es ese señor.
– Carajo, Libia! Entonces, tú nunca has visto aquí en la casa a ese médico?
– Aaah, abue, tú dices el doctor Adolfo – la joven tomó aire – y qué tiene que ver él con la pregunta que me hizo el profesor? No me vayas a salir conque ese viejo es el mismo doctor Pertuz que mencionó el maestro, porque a ese médico no le veo nada de futbolista.
– Jajaja tienes razón, pero metió un gol. Un solo gol en toda su vida.
Los muchachos del barrio Las Palmeras se congregan en la terraza de la vivienda de El Pipo Truyol, sonriente y amoroso abuelo que les lanza dardos verbales. Los jóvenes ripostan con irónicas frases que el anfitrión mastica sin tragárselas. “Pero, ajá, – piensa El Pipo- son los hijos de los vecinos y toca soportarlos.”
– Oiga, señor Truyol!- grita el más osado de los visitantes.
– Qué señor, ni qué carajo – lo interrumpe el septuagenario – dígame Pipo o se va de aquí inmediatamente. Viejo es tu pae Aquileo Pérez que se manda un culo de barriga!
– Está bien, te digo Pipo, pero si me cuentas qué es eso de “El gol del doctor Pertuz”. En todo el pueblo mencionan “El gol del doctor Pertuz” y nadie cuenta qué fue esa vaina.
– Esa historia la sabe todo el mundo aquí en Santo Tomás –replicó Truyol-. La conozco muy bien, aunque cuando eso aconteció yo vivía en Venezuela. Allá se supo porque un miembro de nuestra colonia llevó un video del famoso gol y la celebración se prolongó por más de una semana. Una vaina nunca vista en toda la zona oriental del departamento del Atlántico. Déjenme llamar a Joche Fontalvopa’ que les cuente ese episodio.
Doña Nidia piensa, mientras una ráfaga de tranquilidad femenina la invade, que ese pulcro uniforme bien planchado, los impolutos calcetines y los lustrados zapatos que su amado esposo acaba de acomodar en un maletín deportivo volverán a casa tal como se van. Claro, los suplentes no ajan los calzones cortos ni sudan la camiseta.
– Mija, pilas! Ve que el partido se inicia a las diez!
– Tranquilo, me pongo los tenis y salimos. Ya sé que de regreso me toca conducir.
– No sé lo que me sucede, pero presiento que algo extraordinario va a acontecer hoy.
– Si, si… así es! Lo raro sería que no te tomaras unos tragos cuando finalice el juego. A la fija te encuentras con Manuel García y con el compadre Diovaldo. Eres capaz de decir que por casualidad. Quien no te conoce que te compre!
Joche Fontalvo atendió la llamada de El Pipo. Los muchachos expectantes lo escucharon. Después de preguntarles por el árbol genealógico de cada uno de ellos, y en vista de que el dueño de casa nada brindaba, le pidió un poco de agua al anfitrión e inició el relato: todo ocurrió un domingo. Mi equipo encabezaba la tabla de posiciones. Era el último juego del torneo. Nos bastaba un empate para lograr el título. La mesa estaba servida: nos enfrentaríamos al colero. Como de costumbre, llegué a la cancha sesenta minutos antes del pitazo inicial. El marco climático invitaba a jugar. El público nos auguraba el título. Las cervezas volaban y el trago corto les adelantaba el jolgorio del trofeo conquistado a nuestros hinchas. La barra y los jugadores del equipo que sería subcampeón ahogaban la tristeza con tragos de resignación. A las nueve y cuarenta y cinco, el cuarteto arbitral entró al rectángulo balompedístico. No cabía un ojo más en la cancha. Toñito Repechaje, dueño de la Avenida Quinta, la cantina de moda en aquel momento, había traído de Estados Unidos lo último en cámaras filmadoras. Todos nuestros compañeros querían ejecutar una jugada brillante para ganarse los aplausos de los espectadores y para que cuando Toñito presentara la cinta en su negocio, los asistentes volvieran a felicitarlos. “Cuarajoooo, culo e jugada”, gritarían en coro. Y el partido se inició a la hora establecida. Mis compañeros no lograban hilvanar ninguna jugada. Transcurridos los primeros cuarenta y cinco minutos, sólo lanzamos tres disparos al arco que murieron en manos del guardameta del onceno oponente. La música sonaba a lado y lado de la cancha, el plopplop de los sancochos hirvientes nos anunciaba la victoria. Para la segunda etapa, entramos con toda la titular: no había mañana. Con el cero a cero seríamos campeones, pero queríamos cerrar con broche de oro. A los ochenta minutos, el director técnico del equipo contrario autorizó un cambió: medio campista por medio campista. Ingresó el doctor Adolfo Pertuz, camiseta 24, y salió por lesión un sabanagrandero considerado la estrella de nuestros contrincantes. Habíamos visto jugar al reconocido médico-nefrólogo y, como no representaba peligro para nuestra portería, decidimos dejarlo sin marca. Lo único interesante en él era su talento para entregar pases magistrales, mas no contaba con delanteros a quien asistir. Además, a sus cuarenta y seis años de edad, al querido galeno le quedaba escasa habilidad para el regate y adolecía de veloz carrera. De vez en cuando, remataba al arco sin generar preocupación. Cumplido el tiempo reglamentario, el juez central anunció dos minutos de reposición. El asunto era pan comío. Entonces, a quince segundos del pitazo final, sucedió lo inesperado: el puntero izquierdo del equipo contrario, como empujado por un huracán, se desprendió de su marcador y, paralelo a la raya lateral, casi en la banderola del tiro de esquina y sin levantar la cabeza, le pegó al balón con el borde externo del pie zurdo. La pelota describió una parábola en los cielos tomasinos. Yo lo vi. Yo estaba en la cancha. Él estaba parado en la línea del área grande frente al arco nuestro. Juro que lo vi. Si, al médico Adolfo. Lo vi cuando quedó de espaldas a nuestra portería. El balón volaba a no menos de dos metrosde altura. El doctor Pertuz miró hacia donde se encontraba doña Nidia y ella lo nutrió de arrojo con una sonrisa. Ya no era médico, sino un cóndor malabarista impulsado por los resortes del amor. Juro que lo vi y ocurrió a pocos metros de donde yo me encontraba. Lo vi cuandoen contra de las leyes de gravitación universal ascendió en nítido gesto de levitación para golpear la bola con un excepcional gesto técnico. No pude hacer más nada, sino recordar a Jordan. El disparo, en perfecta jugada de chilena, fue certero, seco, violento, preciso. Gaspito, el periodista del pueblo, dijo que con el bisturí de la elegancia, Pertuz anotó un gol quirúrgico. El arquero gozó del privilegio de haber sido el primero en comprobar la entrada de la bola por el ángulo superior derecho de la portería. Durante los cinco segundos inmediatos a “El gol del doctor Pertuz”, un hachazo de silencio partió la cancha. Luego, cual los antiguos coros celestiales de la Capilla Sixtina, sonó una sola voz surgida de miles de gargantas: gooool, goooooll. El eufórico público se desbordó en aplausos. Ese día perdimos el campeonato pero vimos la mejor anotación de todos los tiempos en el fútbol tomasino. A raíz de la algarabía, los habitantes de Santo Tomás se desbocaron hacia la cancha. Los unos les preguntaban a los otros “qué pasa?”. La respuesta era simple: “vamos, vamos, vamos a la cancha, allá sucedió algo increíble.” Joche bajó la cabeza para ocultar una lágrima.
Toñito, por exigencia de toda la ciudadanía y por orden del señor Alcalde, presentó el video del gol todos los días durante más de seis meses. Aquella jugada dividió en dos la historia tomasina. Hoy, cada domingo, cuando el querido nefrólogo visita Santo Tomás, no falta alguien que se acerque a él para preguntarle si él fue el médico que anotó “El gol del doctor Pertuz”.
Gaspo, contrata a felix, su pluma es increiblemente creible, invitalo a seguir escribiendo ahora que Aure, está en pausa
…”Gaspito, el periodista del pueblo, dijo que con el bisturí de la elegancia, Pertuz anotó un gol quirúrgico”…Parodiando al periodista Gaspito, me aventuro a decir que Don Félix Pizarro y Salas (con aeropuerto de fondo en la fotografía), se apresta para volar alto. La epopeya más fantástica de los contornos tomasinos, ha sido rescatada de las esquinas de los barrios de ese lugar, donde aún en agonía, se negaba a desaparecer de los relatos generacionales. Hoy, alguien muy cercano a los amores de esa tierra, decide con magistral y elocuente pluma despegar el vuelo de este relato a otros niveles con trazos avivados del surealismo local, con narrativa propia y abundante. Félix, irrumpe en todo su esplendor con el manifiesto de la memoria popular de ese santificado terruño. Felicitaciones amigo Félix, usted es cómo una “pepa de mango” guardada en ceniza, al sembrarla en tierra da los frutos más dulces y robustos. Le auguro éxitos.