23 diciembre, 2024

Decidió abandonar la lectura

Por Félix Pizarro Salas.

El primo Julián*, después de heredar la biblioteca del profesor Genaro*, no se cambia por nadie. A continuación les transmitiré a mis lectores, de la manera más fiel posible y en contra de la voluntad de los protagonistas, lo que el pariente me contó.

Genaro observa… vuela sobre las praderas de su nutrida biblioteca sin aterrizar en ninguno de los amplios estantes henchidos con racimos de libros organizados de tal modo que sólo él sabe dónde encontrar cada tratado, cada monografía, cada tomo, cada información, cada apunte. “Los he leído todos -me advierte con cierto aire de nostalgia y resentimiento en el paisaje de su oscuro rostro y vivaces ojos sedientos de letras-. Selecciona uno al azar –me reta- y encontrarás renglones y fragmentos subrayados, frases resaltadas, notas marginales y, dentro de ellos, hojas sueltas con apuntes manuscritos que resumen el contenido de los cientos de ejemplares que te regalaré. Además, he mantenido el cuidado de incluir una nota crítica en cada obra leída”. “¿Por qué has decidido donármelos? –le pregunto mientras le acaricio el lomo a un empastado Ulises de Joyce vecino de un volumen de la Odisea protegido por un envoltorio de cuero- te pueden hacer falta algún día”. “¿Para qué? ¿Para qué podrían hacerme falta? Hoy, me arrepiento de haber escrito varios ensayos sobre la importancia de la lectura. Pensé que a más libros leídos más posibilidad de acercarse a la solución de los problemas cotidianos del hombre. Así, cuando niño, recorrí cuentos y poemas porque la escuela me los imponía. Incluso, los leí de manera mecánica y sin escudriñar en el contenido de las líneas que por imposición escolar, no por mis tendencias naturales, memorizaba robótico y repetía para no sentir en mi pellejo tierno las inquisidoras descargas con las que el maestro pretendía sembrar hábitos lectores a sus inermes discípulos: ‘patria te adoro en mi silencio mudo’, ‘érase una viejecita sin nadita que comer…’, ‘había, en un país muy lejano…’, ‘y colorín colorao…’. De aquellos textos heredé amargos recuerdos y resabios que me condujeron a la placentera venganza de encerrarme en mi dormitorio a masticar y digerir renglones ajustados a mi gusto. Fueron mis primeros romances con personajes que, a diferencia de los impuestos en las aulas, me enamoraron, se insertaron en mi niñez, los imité, compartí mis juegos con ellos y amé sus palabras en vez de escuchar las desabridas disputas que los adultos de mi barrio, sin llegar a acuerdos, sostenían a cualquier hora y en cualquier lugar. Luego, cuando navegué por las aulas de la secundaria, tragué  autores traídos al estrado académico sin que el maestro los sometiera al cedazo de un profundo y exhaustivo análisis, lo que me imposibilitaba penetrar en la esencia de los libros. Me salvó un docente excelente lector que me condujo por los clásicos y, sistemáticamente, me trajo hasta la literatura contemporánea sin abandonar la historia, la filosofía y otros campos del conocimiento. El río incontenible de las lecturas arrastró el bote de mi atención durante los años universitarios hasta repetir con Borges que ‘de los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo… Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria’. Entonces conocí mis mejores años sumido en mi paraíso lector y proyectado a otros mundos que me permitieron soñar y reconocer con el nicaragüense Darío que ‘el libro es fuerza, valor, alimento, luz del pensamiento y fuente de amor’.” “¿Y usted, mi admirado profesor Genaro –aprovechó la pausa para lanzarle mi inquietud- ha vivido de la lectura?”. “Si – responde con tono de tenor – mi familia y yo hemos vivido de los libros. Hemos alcanzado, con un alto nivel intelectual, un peldaño medio de vida, aunque nunca confundí la acumulación de bienes económicos con la riqueza del conocimiento. A diferencia de mi hermano Bernardo, a quien le bastó la lectura de un solo libro… un solo libro para construir un emporio monetario y haberse convertido en el líder de una multitud castrada de lecturas y ahogada en los amenazantes castigos del más allá. Una multitud que concurre al llamado de mi ungido hermano y le sigue ciega en busca de una gloria, de una salvación (¿salvación de qué o de quién?). Una multitud domesticada bajo el influjo del temor a un dios. ¿Y acaso dios no es un ser bueno? ¿Por qué has de temerle al hacedor de todo cuanto existe? ¿Por qué has de temerle a un ser bueno incapaz de crear el mal? ¿Por qué le temes a un ser perfecto que sólo debe producir obras perfectas? Ah, pero el mal existe hecho no sé por quién, y el hombre, aunque creado a imagen y semejanza de dios, no es perfecto. ¿Libre albedrío? el libre albedrío no habría de borrar lo perfecto. Si, un solo libro que no nos pertenece. Si los egipcios aún estudian y practican las directrices contenidas en ‘El libro de los muertos’ y en los textos hallados en las pirámides; si los budistas se apoyan en el Tipitaka; los hindúes en Los Vedas, El Ramayana y el Mahabarata; los griegos en la Odisea y en la Ilíada; los Islamitas en El Corán. ¿Por qué a nosotros, marcados con sangre indígena, nos impusieron una obra que no recoge nuestras esperanzas y, por el contrario, es un compendio de conductas y costumbres importadas? La academia debería mirar hacia la recopilación de las creaciones precolombinas para convertirlas en punto de ignición para los jóvenes que muy pronto serán excelentes lectores”. “¿Y cuál es ese libro que nos impusieron?”  El profesor Genaro partió sin responder mi interrogante. “Llévatelos todos”, me dijo. Quizás alcanzó a escuchar mis palabras de despedida: ¡gracias, profe! ¡Qué Dios lo lleve por buen camino!

*nombres cambiados

5 pensamientos sobre “Decidió abandonar la lectura

  1. José Rómulo Sosa Ortiz, más conocido por su nombre artístico José José, quién fuera un cantautor mexicano, decía en una de sus más exitosas canciones que “el amor acaba y hasta la belleza cambia” expresiónes con mucha desazón y angustia existencial. Luego mas adelante en el recorrido de las estrofas de la canción aparece la expresión cantada “porque somos como ríos cada instante nueva el agua”… Esta canción ademas de su etiqueta etiqueta romántica entraña un cauce filosófico tan antiguo como la humanidad, lo cual es clave y funcional en la vida de los humanos. Todo fluye, nada permanece, todo se transforma. Podemos cansarnos del amor, del tiempo, de todo en absoluto si se quiere, pero es sólo por un instante, luego con el ímpetu de la fuerza que tiene un río, dejamos de ser remanso estancado y nos convertirnos en torbellino irrefrenable. Con más vigor que antes alimentados en ilusiones y certezas. El abandono o el cansancio son transitorios, es un pare desalentador que nunca ha postrado al ser humano. Por el contrario, cada día es una oportunidad para renovarnos para ser diferentes y continuos como ese rio que fluye y se transforma. Dejar de leer es como dejar de recorrer el ayer y el hoy, tan íntimamente ligado a lo que somos. Es morirse sin morirse, o mejor abandonarse o simplemente es sumirse en la letal oscuridad. Pero aún en medio de las tinieblas unas neuronas ya alimentadas con el furor del pensamiento recorren palmo a palmo las profundidades de la zona abisal del cerebro tratando de mantener luz con el batiscafo de los recuerdos de quienes se abandonan en la nada . Leer es lo único que nos mantiene realmente vivos, lo que alienta el fuelle de nuestros sueños. La lectura, por más decepciones y sin sabores que pueda depararnos en el tiempo y en el espacio, por más desalentadora que pueda llegar a ser, siempre es una antorcha de luz perpetua que ha de iluminar la existencia consciente y autónoma del hombre sobre este planeta. La lectura y el amor pueden acabar cuando dejamos de existir pero siempre habrá otros dispuestos a hacer el recorrido, a releet lo leido, a redescubrir y a dedcubrir nuevas fuentes motivacionales. Estamos sentenciados a leer o a morir. El heredero de esa biblioteca es un nuevo Titan llamado a dar continuidad y recorrido a extensivas, intensivas e inagotables lecturas en esas fuentes de saberes y lograr que cientos de miles de hombres continuen cautivados y seducidos por la exuberante dosis de ingenio y sabiduría que los libros contienen. Así la lectura y el amor son dos elementos indisolubles y claves en la existencia. Sin estos elementos todo lo demás sería un gran caos.

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