Conciencia – Democracia
Todos sin excepción hablamos de conciencia, o bien de la falta de la conciencia; comentamos
que estamos como estamos, por la falta de conciencia; solemos señalar nuestro fracaso como
sociedad a individuos que en ciertas situaciones no alcanzan a percibir de manera consciente
los acontecimientos, pero, ¿Qué tan conscientes somos cada uno de los seres humanos que
habitamos este hermoso planeta? Pienso, que el grado o nivel de conciencia, depende del
conocimiento que tiene cada humano de su propia existencia: quiénes somos, de dónde
vinimos como especie, qué es la vida, cuál es el sentido que le damos a la misma, cómo se
formó el universo, cuál es nuestra función al estar vivos, qué leyes físicas y biológicas
gobiernan nuestras vidas, cuáles son las normas sociales y los debidos procesos que hemos
inventado a través de la experiencia de los siglos para hacer más sosegada la convivencia,
desde aquellas que se han convenido como derecho universal, pasando por las creadas a nivel
constitucional en cada país, hasta las normas institucionales. De la representación mental que
tengamos cada uno de lo anterior, dependerá la manera de enfocar y direccionar nuestras
conductas, nuestras vidas.
Se hace necesario regular nuestras conductas para no menoscabar la dignidad humana, para
que todos actuemos en un marco de legalidad donde no violemos los derechos de los otros
con quienes compartimos nuestra estancia. En la medida en que como individuos tengamos el
mejor CONOCIMIENTO de nuestro entorno, de si mismos, de nuestras normas, estaremos más
aterrizados y más cerca a la realidad, lo que nos ayuda a entendernos, resolver nuestros
problemas, nuestras diferencias, haciéndonos más sensatos, a no lanzar juicios
descontextualizados, evitando llegar a confrontaciones estériles que nos causan
padecimiento, polarización, extremismos; sin llegar a pensar en la homogenización del
pensamiento, no. Dependiendo del conocimiento, así será nuestra forma enfocar el mundo,
entre más demostrable mayor será nuestra conciencia, lo que conlleva a darle a los
acontecimientos un sentido real, lógico, razonable, pudiendo hacer uso entonces de todo esa
cantera de herramientas, de conocimientos, que a través de los siglos de evolución se ha ido
descubriendo, desarrollando.
Pienso, que a medida que vayamos individualmente acercándonos a ese nivel de conciencia
iremos aproximándonos como sociedad a ese concepto inventado por los griegos hace más de
dos mil años: LA DEMOCRACIA. No la falsa, la impostora, la que da la apariencia de serlo, la
que muchos sagazmente consideran ya establecida porque algunas de las autoridades son
“elegidas” por participación del voto popular, a fuerza de demagogia, populismo, artimañas,
constreñimiento, ¡de lo peor!, por la compra de votos que comúnmente llamamos “compra de
conciencia”, donde se estruja el Estado para beneficio de los astutamente elegidos y sus
secuaces, ¡no! Me refiero a aquella forma de gobierno que están alcanzado países al aplicar de
manera depurada y actualizada este concepto, los que los índices de medición democrática así
lo demuestran. Y no es ilusión, utopía, todo lo contrario, basta solamente con mirar los
estudios sobre datos de corrupción, igualdad, salud, educación, ciencia, participación,
derechos, libertad, conflictos, criminalidad, entre otros, y nos dan cuenta que es posible,
palpable, medible, comprobable; gobiernos, sociedades, formas de vida donde caben y se
benefician todos independientes de sus roles, a quienes se les despierta el deseo de
responsabilizarse, de cooperar, de trabajar, de progresar, al sentir la certidumbre, haciéndolos
más felices, más democráticos. Solo es darnos un paseo por esos lares y quedamos
sorprendidos con esas organizaciones, con ese nivel y forma de vida.
Considero que a estas formas de sociedades deberíamos direccionarnos, a esos Estados más
seguros, a esos estados de conciencia basados en la realidad, en lo demostrable, es el
momento de dejar la ingenuidad, de cambiar el enfoque, de romper nuestro vínculo con la
demagogia y el misticismo. Por un lado dejando de creer que nuestro desarrollo como
sociedad lo vamos a lograr en el mandato de estos eternos gobernantes que solo buscan el
beneficio particular, y por el otro, dejando de creer en escenarios ilusorios enseñados desde la
época de la colonia, donde la salvación solo llegaría si se pide con fervor a entes
sobrenaturales para que estos actúen y resuelvan los enredos de un territorio perturbado,
plagado de prejuicios, de desconocimiento, situación que hábilmente alimentan y aprovechan
los eternos gru-pillos gobernantes. Aquellos que no han hecho otra cosa por siglos que
mantenernos en modo subdesarrollo, en modo espejismo. Es más probable que dentro de
poco usted, mi querido lector, o yo, salgamos a dar una vuelta de recreación en una nave
espacial a la galaxia de Andrómeda, a que esos escenarios de salvación que nos han hecho
creer ocurran. De la forma en como pensemos como individuo y sociedad, dependerá qué tan
cerca o lejos estamos de lograr resolver nuestros grandes problemas como país… ¡De nuestro
conocimiento, de nuestra conciencia dependerá!