Cien años de espera
Por Giancarlo Silva Gómez
Acometer estas líneas en la tierra de los escritores da cuenta de un arrojo casi suicida. Pero de repente, para sacudirme de la monótona rutina, apelo a mi gusto sempiterno por lo baladí.
Me encantó la serie de “Cien Años de Soledad” de Netflix.
Y antes de explicar semejante sentencia debo hacer un par de confesiones que dan suficiente contexto:
Primera: No soy experto en literatura. No tengo un ápice de erudito o crítico literario. Admiro y envidio en secreto a quienes lo son, y por ello estoy lejos de querer aparentar tal estatus.
Segunda: no tengo ni idea de actuación, y de contera, mucho menos tengo idea alguna de cine o televisión.
Pero aún con perdones, me es imposible no referirme a un libro que me acompaña en mi mesa de noche desde hace mucho tiempo, que es mi novela favorita y que releo por lo menos dos veces al año. Sin ser un bibliófilo, soy un lector febril y constante.
A Gabo no le gustaba la idea de llevar sus obras a la pantalla. No veía la necesidad de hacerlo, quizás pensando que era un esfuerzo estéril, pues se trata de dos caballos corriendo por distintas trillas. Y no se equivoca: las adaptaciones anteriores fueron un bodrio total. Recuerdo de primera mano la pésima versión de “El Amor en los tiempos del Cólera” y la regular, tirando a mala, versión de “Crónica de una muerte anunciada”, llena de un reparto rimbombante e internacional, pero carente de la producción que semejante historia se merece.
Recientemente, la misma plataforma estrenó “Pedro Páramo” y las opiniones estuvieron divididas. Me quedo pensando que el libro de Juan Rulfo es denso y la película recogió un poco de esa complejidad.
He leído varias obras antes de sus versiones cinematográficas o televisivas y he tenido tantas desilusiones como placeres: “el perfume” de Süskind fue sublime, tanto como fue mala “Inferno” de Dan Brown; con regocijo recibí “el olvido que seremos” de Abad Faciolince mientras deploro haber perdido tiempo con “El cuervo” en la que John Cusack masacró la memoria de Poe; me retorcí de ira con “el retrato de Dorian grey” de Oscar Wilde pero me alentó en grado sumo “Carrie” de Stephen King. Caso de estudio especial serán las decenas de versiones de “los tres mosqueteros” de Dumas, que tiene una pésima versión de Caviezel y una sublime, imperdible, inmejorable, de Cantinflas. Y así podría estar por horas.
Vuelvo al motivo de estas líneas.
Me parecen un guion y libretos sensacionales. Sintetizar tantos detalles denotan el trabajo de muchos años y muchas personas, que omitieron pequeños datos pero que conservaran el hilo narrativo del libro. El rol del narrador omnisciente que va dando curso a la historia me parece un recurso bien ejecutado. La calidad visual es increíble, y debería ser obligatorio verla en alta definición. Los detalles son muy cuidadosos en cuanto a vestuario y locaciones se refiere. Una vez empiezas no puede dejar de verla.
En la serie hay un profundo respeto por la novela en sí misma, y por supuesto, a su autor; no inventan o superponen detalles o líneas que no sean tocados estrictamente en el texto original. Es una producción bien pensada y ejecutada, en la que no escatimaron esfuerzos y recursos y que, por ende, derivan en un producto sin par.
Siempre he sostenido que Úrsula Iguarán es el centro de la trama, pero ya vista en la pantalla, me quedo con el misticismo de Melquíades y Visitación, como símbolos de lo humano y lo divino. Lo sobrenatural y lo supersticioso danzan, como los valses de Crespi, por los minutos de la serie.
Hay varias cosas, pequeñas o grandes, profundas o superficiales, que me hacen un poco de ruido al ver la serie: en cuanto a casting, la imagen de rebeca Buendía me desconcierta, Arcadio me parece un poco bufonesco y la versión adulta de José Arcadio dista mucho de la descripción misma del personaje en el libro, pese a que una serendipia sentimental del pasado me haga cercano a Edgardo Vittorino (Edgardo Romero es su nombre real), el actor que lo interpreta. En cuanto a la escenografía me he partido la cabeza tratando de entender la presencia de la escalera a un segundo piso del cual no recuerdo mención alguna en la obra, en detrimento de los corredores con tiestos de begonias que acompañaron varias generaciones de los Buendía. Tantas escenas sexuales demuestran el afán por conseguir público variopinto. Un par de esas escenas me parecieron sobreactuadas.
Por supuesto no será una producción perfecta, y quizás la pléyade de comentarios y análisis serios y sesudos (no viscerales y legos como este) sean motivo de reflexión y mejora para las partes que faltan en la producción. Jamás pretenderían sus creadores llegar al nivel de perfección del libro, pero creo que su aproximación estuvo a la altura de las expectativas. En este caso, y por respeto a la idolatría que esta obra y su autor me merecen, prefiero ver el vaso medio lleno.
Para quienes hemos leído el libro, se trata de un ejercicio de contraponer la imaginación a lo que estamos viendo; para quienes no lo han leído (sin perdones), se trata de una oportunidad de despertar un poco de curiosidad y sacar un espacio para la lectura de la obra cumbre de nuestro nobel de literatura.
Estas líneas no son una reacción a comentarios y reseñas especializadas como la de mi admirado amigo Aurelio Pizarro, a quien no le gustó y suspendió en el segundo capítulo el periplo por la serie, y que se apoya en ciertas observaciones de conocedores, verdaderos maestros de la materia como Guillermo Tedio; ¡no sería yo capaz de semejante insolencia y felonía! Son simplemente unas argumentaciones más salidas del apego a la lectura que de la experticia
A manera de corolario, creo que las estirpes condenadas a cien años de espera no tendremos una segunda oportunidad sobre la faz de la tierra.