22 diciembre, 2024

CANCIÓN DE UN SICARIO ARREPENTIDO

Por: Ramón Molinares Sarmiento.

Si, como me lo suplicó tantas veces mi madre, no me hubiera detenido a contemplar el amarillo en llamas de los crepúsculos de agosto; si no me hubiese dedicado a comprobar, segundo a segundo, que son irrepetibles las formas y colores del cielo; si no admitiera que el mar no deja de asombrarnos porque, como les dice ella a los nietos, es un paisaje de aguas en movimiento sin final; si no me hubiese señalado mi madre en sus últimas tardes de playa el victorioso vuelo de alcatraces que se alejan; si no imaginara, como les hace imaginar a mis hijos, que son “potros cristalinos” las corrientes que bajan al galope de las altas montañas; si no creyera, mientras leo, que son serpientes sin ojos los ríos que huyen de las selvas oscuras de los Andes en busca de la claridad del Caribe; si mi madre no me hubiera puesto a observar, con el brazo tembloroso extendido hacia la corona de la montaña, la humareda de sueños que brota de la mente luminosa de William Ospina; si no disfrutara a plenitud de la música que compone la lluvia cuando viene a saciar la sed de su raquítico rosal; si no agradeciera, como lo agradece ella, las sombras, las flores y los frutos que nos dan los árboles; si ahora no me llenara de asombro ver crecer la hierba que alimenta potros y ovejas; si no hubiera comenzado a embriagarme con la poesía de Meira Delmar, que puso en mis manos; si ella no me hubiese hecho conocer el artificio de que se valió García Márquez para que todos viéramos a Remedios La Bella ascendiendo al cielo envuelta en sábanas blancas; si no me conmovieran los toros y las tempestades que pintó Obregón; si no supiera, con alivio, que ni yo ni nadie ha encontrado las palabras para decir lo que se siente “ en el vertiginoso instante del coito”; si no aceptara que la belleza del universo entero, con sus astros, sus planetas y sus espacios celestes, es más que suficiente para vivir y dejar vivir al otro; si no le hubiera prometido cambiar el rumbo de mi vida; si no entendiera que la simple contemplación de una flor amarilla justifica la existencia del más miserable, su derecho a vivir, como por fin me lo han hecho entender las súplicas de mi madre, Margarita Sarmiento, ahora le metería un tiro en la cabeza a esta otra gonorrea… perdón, a este pobre hombre… la paz que ha encontrado mi alma me sugiere cambiar la palabra gonorrea.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *