21 noviembre, 2024

Masticando el recuerdo: Crónica de un níspero eterno

Alberto Redondo Salas

La infancia se forja en los detalles. La crónica de mi vínculo con el níspero está inevitablemente conectada con eventos universales de tradiciones maravillosas. Esta es la historia de mi abuela y de cómo un amoroso regalo suyo se convirtió en una remembranza insidiosa que sigo masticando a menudo, como un delicioso chicle del recuerdo.  

Quien regala un árbol, regala bondad

Aún recuerdo con claridad el día en que mi abuela, Elida Fontalvo, con manos firmes pero delicadas, plantó un árbol de níspero en el patio de la casa que había levantado junto a mi abuelo, Virgilio “el Mocho Gilio” Salas. Lo sembró como un regalo para mí, sin sospechar que aquel acto sencillo, casi ritual, marcaría profundamente mi niñez. En ese entonces, ninguno de los dos imaginaba que, años después, aquel patio se convertiría en nuestra casa materna, ni que el árbol se volvería más que una simple planta: sería el guardián de mis juegos, el refugio de mis sueños y un testigo silencioso de mi infancia, hasta tal punto, que todavía puedo recordar el entramado de ramas que debía recorrer para treparlo.

Con el tiempo, ese níspero creció tanto como mi vínculo con él. Las temporadas pasaban, y él me regalaba su sombra, su fruto dulce y su presencia constante. Bajo sus ramas, me sentía seguro, arropado por las remembranzas de mi abuela y por las raíces de una historia que, sin saberlo entonces, se extendería mucho más allá de nuestra casa. Cada vez que me sentaba a sus pies, sentía que aquel árbol tenía alma propia, que era un guardián de las memorias y secretos de nuestra familia. Lo que aún me resulta fascinante es que, muchos años después de que mi abuela lo plantara, descubrí que ese árbol tenía una conexión profunda con los orígenes del chicle.

La invención de un hábito universal

El chicozapote, como se le conoce en México, es el árbol del cual los pueblos originarios de América Central, y más específicamente los aztecas y los mayas, obtenían la savia que luego se convirtió en la base de la goma de mascar. Aquella resina que acompañaba las vidas cotidianas de las antiguas civilizaciones se industrializó de una manera inesperada, gracias a una serie de eventos sorprendentes.

Uno de los personajes clave en la industrialización fue el general y expresidente mexicano Antonio López de Santa Anna, quien, tras su exilio en los Estados Unidos, llevó consigo un cargamento de chicle natural. En ese entonces, uno de sus conocidos, el inventor Thomas Adams intentó infructuosamente, utilizar esta resina como sustituto del caucho, fracasando en sus intentos de fabricar juguetes, máscaras, neumáticos de bicicleta y botas de lluvia, entre otras cosas. Aunque la resina resultó demasiado blanda para los fines industriales que

Adams tenía en mente, fue el hábito del propio Santa Anna de masticarla, lo que le inspiró a comercializarla como goma de mascar, en reemplazo de la cera de parafina, que se utilizaba en la época para tal fin, pero que era quebradiza después de masticarla y contenía impurezas. En 1869, Adams patentó la goma y, dos años después, empezó a producirla en masa bajo la marca Adams New York Chewing Gum.

La historia no terminó allí. La industria del chicle floreció y evolucionó rápidamente. En 1875, Adams comenzó a agregar jarabe de arce y regaliz para darle sabor a su goma, y más tarde, otros inventores introdujeron nuevos sabores. El popular sabor a menta, que hoy domina el mercado, apareció en 1880, cuando William White creó la primera goma de mascar de menta bajo la marca Yucatán. Con el tiempo, surgieron otros nombres conocidos como Beemans Chewing Gum, creada por el doctor Edward Beeman, con peptina añadida para facilitar la digestión, y Dentyne, diseñada por el odontólogo Franklin V. Canning en 1889.

Otros momentos claves en la popularización del chicle se dieron en 1915, cuando William Wrigley Jr. entró en acción agregando sabores y azúcar para crear Spearmint y Juicy Fruit, y revolucionando la industria con una ingeniosa estrategia de marketing: envió tres tabletas de su chicle a cada persona que figuraba en las guías telefónicas de Estados Unidos.

El éxito fue tan rotundo que la marca Wrigley’s se mantuvo en la cima de las ventas durante décadas. Adicionalmente, durante la Segunda Guerra Mundial, Wrigley convenció al Ejército de los Estados Unidos para que incorporara la goma de mascar en las raciones de los soldados, quienes luego se encargarían de popularizar este hábito, apoyados en la idea de que el chicle ayudaba a calmar la sed.

La savia de las añoranzas  

Y pensar que todo comenzó con árboles como el níspero que mi abuela plantó en nuestro patio. Un árbol cuya savia fue más allá de su entorno, conectando mi infancia, mi familia, y una tradición global que, en cierto modo, me acompañaba cada vez que me refugiaba bajo sus ramas; aún cierro los ojos y puedo sentir el aire fresco que me ofrecía, puedo imaginar sus ramas bailando al ritmo del viento y sus frutos esperando a que los recogiera. Aunque el níspero ya no está en nuestro patio, su historia, como la del chicle, aún calma la sed de mis evocaciones, habitando en las crónicas de mis recuerdos y en cada dulce verso que la abuela sigue escribiendo con el mismo amor y dedicación con los que lo plantó.

Nota: De acuerdo con los investigadores Cordero, J. y Boshier, D.H. (2003) y Enciso, A. (2007), el vocablo chicle proviene de la palabra en lengua náhuatl chictli o tzictli, mientras que en la lengua maya se le conoce como sicte, nombre con el que denominaban al árbol sagrado del chicozapote. Debido a su sabor dulce y fragancia, varios pueblos amerindios usaban esta goma para masticar, conocida como chicle, que es un polímero natural extraído de la savia de este árbol.

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