22 octubre, 2024

Del Eclesiastés a Borges: las claves de la literatura de Iván Dario Fontalvo

Por Ramón Molinares Sarmiento

Son tantos los premios obtenidos en tan poco tiempo por el joven escritor Iván Darío Fontalvo De la Cerda, y es tanta la emoción estética que nos depara la lectura de sus novelas y cuentos, que nos resulta fácil presagiar que no tardará en pasar a formar parte de los notables de la literatura hispanoamericana. En el 2015 fue el ganador del Tercer Concurso Mirabilia de Cuento de Ciencia Ficción; en el 2019 fue Premio Nacional de Novela Universitaria de la Universidad Industrial de Santander; en el 2020 ganó el Premio Nacional de Microcuento Altazor; en el 2022 se alzó con el primer puesto en el Concurso Nacional de Cuento del Festival de Literatura de Pereira; y este año ganó el Premio Internacional de Novela Héctor Rojas Herazo entre 350 escritores de talla internacional: los otros dos finalistas fueron argentinos.La Biblia como primera Lectura En La gran obra, título de la novela ganadora del premio Héctor Rojas Herazo, Fontalvo sigue al pie de la letra, como un buen discípulo, las enseñanzas de sus dos epígrafes, uno de ellos tomado de Eclesiastés 12, 12: “En cuanto a cualquier cosa aparte de éstas, hijo mío, quedas advertido; hacer muchos libros no tiene fin y dedicarse a ellos es agotador para cualquiera”.Que hacer muchos libros no tiene fin lo confirman los personajes de su novela, casi todos escritores, atareados como viven en la invención de una historia tras otra. Uno de ellos, el acaudalado Sir Francis Lovren, famoso durante mucho tiempo, pero agotado y escaso de inspiración en la vejez, se propone, desesperado, comprarle a un muchacho una novela que le fue premiada en un concurso casi clandestino para escritores pobres, organizado por la ambiciosa editora de Sir Francis. No recuerdo haber leído una novela en la que los personajes discurran de manera tan apasionada sobre la creación literaria, sobre sí mismos, sobre su caracterización, con argumentos que enriquecen al lector. Tan verosímiles y asombrosos nos resultan los resúmenes de las obras que escriben, que a los lectores nos dejan la sensación de haberlas leído en su totalidad.

La continuidad en BorgesUn segundo epígrafe de la novela, este tomado de Borges, dice: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros, el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos”.En las casi ciento cuarenta páginas del manuscrito ganador que comentamos, Fontalvo nos ofrece resúmenes de obras literarias creadas por sus personajes y comentadas por editores, periodistas, críticos y letrados que conocen muy bien el oficio de escribir. Los comentarios y discusiones que en diarios y revistas especializadas adelantan los personajes nos hacen pensar en el elevado nivel intelectual del autor, en su vasta erudición; nos revelan, además, que el tema central de la novela es la literatura. En ella los personajes sólo hablan de libros, de creación literaria: “La mancha existe para que Don Quijote exista. Lo mismo pude decirse de Comala o Macondo o Montecristo. Un héroe no puede ser de ninguna parte porque corre el riesgo de la intrascendencia. Un hombre sin patria es un hombre sin historia”, sostiene un personaje; otro nos cuenta “…le otorgó mayor consistencia al sentido incierto de su derrota inventándole al tipo una historia que lo justificara todo y consiguió armar una novela redonda”.

Una charla reveladoraLa noche en que conocí a Iván Fontalvo, él todavía era un estudiante universitario que conducía por las noches un mototaxi para costearse la carrera. Cuando me lo presentó su gran amigo Pedro Conrado, tuve la impresión de que, a su corta edad, había leído de todo: desde Mo Yan y Mai Jia hasta Stevenson y Maupassant. No pude evitar preguntarle dónde conseguía sus libros, consciente de sus estrecheces juveniles. Él me dio una respuesta casi obvia: en la biblioteca. Digo casi, porque durante mi juventud no había en Santo Tomás nada que se pareciera a lo que Iván me describía. De ese lugar, presidido por el poeta Julio Lara, Fontalvo había estado sacando prestados libros desde que tenía doce años. Me contó que, entre los trece y los veinte era capaz de leer tres libros por semana, pero que, entre la enorme carga académica de la Ingeniería y las responsabilidades maritales ya no le quedaba tiempo sino para leerse uno cada siete días, una cifra que todavía representaba una monstruosidad en un país en el que la media de lectura es de 1,9 libros por año. ¿Cómo surgió y se desarrolló su vocación por la lectura? Mucho revela el primer epígrafe de su novela al respecto. Según explica, todo se lo debe a su madre, quien, desde antes de que él tuviera uso de razón, mucho antes de que cumpliera sus cinco años, le leía pasajes de la Biblia, un libro que ha vuelto a leer muchísimas veces solo por gusto. Las declaraciones de Fontalvo me confirman la impresión que la lectura de sus novelas y cuentos premiados me ha dejado: la fuente de inspiración de sus obras no radica en la realidad, en lo que ha vivido, sino en lo mucho que ha leído. Sus textos no nos hacen pensar en Santo Tomás, en donde nació, creció, se educó y ha vivido sus 29 años; un pueblo que ahora es muy distinto del que conocimos los nacidos poco antes de la mitad del siglo pasado, cuando todavía no tenía acueducto ni luz eléctrica ni biblioteca ni televisión ni internet ni celulares, elementos que, supongo, le han permitido a Fontalvo situarse a la altura de los jóvenes mejor informados del mundo.

Imaginación y poesíaCualquiera que lea a Iván Fontalvo sin conocer sus orígenes humildes podría experimentar la sensación de estar leyendo a un londinense, un parisino, un neoyorquino, en fin, un escritor de metrópoli. Por ejemplo, su cuento titulado El intercambio, con el que ganó el concurso Maribilia y que recientemente fue adaptado como guion de cortometraje, nos hace pensar que este pueblerino vive atento a los adelantos científicos globales para luego darse el placer de escribir obras de ciencia ficción. Tan asombrosas como esta historia son las que escriben otros personajes de La Gran Obra, su más reciente novela, de las que se nos ofrecen sólo resúmenes, como sugiere Borges.

Digna de admiración es la que escribe Clay, un muchacho enteramente tatuado que conduce un camión de basura y que una noche encuentra en un contenedor el cadáver desnudo de la mujer más bella que podamos imaginar. El evento le da la idea al protagonista de escribir una historia en torno a un asiático emprendedor, dueño de un burdel para necrófilos al que asisten notables de la ciudad. El negocio se va al traste cuando el alcalde le pide al proxeneta que secuestre y asesine a una bella presentadora de televisión para embriagarse con su cadáver.A mí, natural de Santo Tomás, que a falta de luz eléctrica hacía las tareas escolares con mechones a gas, cuya humareda ennegrecía mis fosas nasales, me parece increíble que el joven Fontalvo, que solo ha salido de Colombia una vez y que pocas veces ha explorado el efluvio intelectual de Bogotá, escriba historias que parecen sacadas de la mente de aquel celebre argentino que hizo su bachillerato en Suiza: Borges. Ya sabemos que, como dice el Eclesiastés, hacer muchos libros no tiene fin y dedicarse demasiado a ellos es agotador para cualquiera, pero la verdad es que no creo desanimar al potencial lector de La gran obra si refiero el resumen de otro de los libros de disimulada existencia: -La escribí veinte veces y veinte veces no me gustó. -¿De qué se trata?-Es la historia de un escritor espléndido que tiene la mala costumbre de lanzar a la basura todos sus proyectos inviables. Una noche, un indigente que auscultaba un bote de basura en busca de comida halló algunos de aquellos papeles muertos y los llevó a una editorial pequeña que lo ayudó a armar el libro de desperdicios. El texto editado se vendió tan bien que el indigente volvió a rondar recurrentemente la casa del escritor en busca de más papeles útiles. De esa manera pudo juntar dos obras más.Digo que el potencial lector no se desanimará al leer estos resúmenes escritos por los personajes porque lo interesante, lo sorprendente, lo asombroso es observar cómo el narrador los va hilvanando, integrando, ensamblando hasta darle forma definitiva a la novela que finalmente titula La gran obra. Todo este proceso de construcción minuciosa –acaso derivada de la estricta formación matemática del hoy ingeniero- acaba por convertirse en la metáfora de la misma novela.La enorme cantidad de historias que inventan los personajes de La Gran Obra nos llevan al convencimiento de que, para novelar, para escribir ficción, es absolutamente indispensable haber nacido dotado de una imaginación tan luminosa como la de Iván Fontalvo, lo que no se requiere, me parece, para escribir versos, pues la tarea del poeta es la de reflexionar, la de revelarnos verdades: “algo se muere en mí todos los días” (Julio Flórez). Hago esta afirmación un tanto a la ligera porque conozco poetas muy ilustrados que son incapaces de imaginar, de inventar una historia, de escribir un cuento. Pero Fontalvo no parece desconocer tampoco estos entresijos. Un corto poema incluido en su novela así lo advierte:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *